
Prólogo
Desde el exilio
Autor: Amalio Rodríguez Chuliá.
Ilustración: Sergio Ariño.
Año 2825. Escribo este diario al pasado, a los primeros años del siglo XXI, por ser mi época favorita de la historia. Lo sé, es una tontería, como si un día alguien del pasado fuera a leer estas líneas y a entender qué pasó. Es raro, vale.
Pero es mejor que no hacer nada en este retiro que yo mismo me he impuesto para intentar evitar que me encuentren y me maten por algo que no he hecho.
Hace tres meses que me escondo en Endor, un planeta creado por mí, aplicando lo que ya sabía antes y lo que aprendí en la universidad V.I.D.A. 6M, para licenciarme como Terraformador de mundos. Lo que siempre he querido ser.
¿De qué me escondo? Bueno, ahora lo hablamos.
Sí, has leído bien; Endor, como el planeta gaseoso de Star Wars. Pero, como en la peli, estoy en su Luna, bueno, debería decir en mi Luna. La hice cubierta por densos bosques, llanuras y pantanos tal y como la vi en la saga. Con sus zonas desérticas, sus mares, sus lagos… pero sin Ewoks. Una pena, ya.
No puedo crear vida, es decir, puedo plantar y traer formas de vida, pero no puedo crear Ewoks, merodeadores, Sansyassan, Goraxes, Yuzzums y Teeks de la nada. Y me refiero a estas especies porque estas son las que habitaban Endor… Sí, soy lo que vosotros llamaríais friki y que ahora no tiene un nombre definido.
Creo que he visto la saga unas 200 veces, no exagero. Las 14 películas. Sí, 14. Mi padre no solo es un experto ingeniero de energías puras en V.I.D.A., también un fanático de las historias de Star Wars y su proselitismo Jedi empieza con su hijo. Gracias a él, me aficioné a este mundo tan, tan lejano. Un mundo que, actualmente, me está salvando la vida.
Supongo que te vienen a la cabeza muchas preguntas relacionadas con lo que te estoy contando, pero, vayamos poco a poco.
Si tuviera que empezar a contar esto tal y como ocurrió seguramente debería empezar por el principio. Ok, lo hago ahora, pero, dame un segundo.
Seguramente tu principal pregunta, o no, es: ¿cómo es el futuro? Bueno, en pocas palabras, mejor dicho, en una: Genial, la hostia, alucinante, lo más. Vale, son seis. Pero, ¡es el futuro, joder! ¿Cómo quieres que lo describa en una? El futuro es mejor de lo que nunca pudimos imaginar precisamente porque nunca nadie pudo imaginar que pasaría lo que pasó. Ningún libro de prospección futurista habló de lo que iba a pasar porque, sencillamente era inimaginable. ¿Que qué pasó?
Nací en 2806 así que, a poco que sepas algo de matemáticas, sabrás que tengo 19 años. Aunque la edad no importa en el futuro, teniendo en cuenta que hace 475 años que somos inmortales.
¡Boooom!
Lo sé. A mí me pasaría lo mismo. No morimos, así es. Bueno, si nos suicidamos sí. Si nos matan también. Si nos pasa por encima un transporte local también, si nos cae un piano en la cabeza, como en los viejos dibujos animados…también. Somos inmortales, pero no indestructibles. Es decir, somos inmortales hasta que dejamos de serlo. Somos seres frágiles, capaces de resbalar, golpear nuestra cabeza contra el bordillo de la acera (sí, sigue habiendo aceras) y morir, pero, a diferencia de vosotros, viajamos en la eternidad.
Como dicen los Naturalistas: “La naturaleza nos da la vida y a ella debemos devolvérsela” Son un grupo de pirados, sí. Creen que debemos nacer, crecer y morir. Estos tarados viven una media de 150 años. Lo que sería una vida media normal. Enferman, como antiguamente, y mueren. Y, además, por si esto fuera poco para demostrar lo locos que están ¡Envejecen!
Ups, se me había olvidado decirte que no envejecemos…Son muchas cosas las que debes aprender del futuro. Tal vez la mejor forma de ponerte al día es una pequeña guía donde verás cómo ha ido cambiando todo desde el siglo XXI hasta hoy. Solo pondré las fechas relevantes, tranquilo.
- Año 2016. El radiotelescopio Parkes de Australia detecta 883 galaxias más allá de la Vía Láctea, de las que casi un tercio eran desconocidas para los astrónomos.
- Año 2020. El Dr. James Funert, siguiendo los trabajos de Franklin Chang Díaz, desarrolla y presenta en la NASA el motor de plasma que logra que los viajes espaciales se reduzcan considerablemente. Así, en 2021 la primera nave tripulada llega a Marte en tan solo 18 meses. Tres años más tarde empiezan a establecerse las primeras colonias en Marte.
- Año 2025. Ann Marie LeFort descubre una forma de atacar las células cancerígenas para erradicar la enfermedad. El Cáncer pasa de ser una enfermedad mortal a crónica.
- Año 2175. Héctor Gutiérrez descubre la posibilidad de la teleportación. Descomposición atómica de las partículas y recomposición en otro lugar. No se deja claro si la versión que llega al otro punto es la misma o una versión clonada del viajero y éste muere en el punto de partida, pero no es consciente. Independientemente de eso, el invento funciona, yo soy un gran usuario y no tengo la sensación de haber muerto nunca. Para entenderlo sería como una impresora, pero de seres vivos.
- Año 2097. El Instituto de Biodiversidad de Europa descubre la manera más rápida y económica de terraformar, es decir, convertir en planeta habitable, con condiciones terráqueas, cualquier otro planeta. Por medio de las llamadas bombas de vida, lanzadas desde naves al planeta elegido, y en un breve espacio de tiempo, las condiciones para la habitabilidad de los planetas se consideran óptimas 25 años después del lanzamiento.
- Año 2220. Primeras colonias habitables en distintos planetas del Sistema Solar gracias a las bombas de vida.
- Año 2225. El movimiento Marte Libre, capitaneado por los descendientes de los primeros colonos, piden la independencia del planeta.
- Lo consiguen en 2238. Marte es el primer planeta independiente dentro de nuestra galaxia. Cuenta con su propio gobierno y, por fin, con marcianos de verdad.
- Año 2312. Malick DeLoren presenta el, hasta el momento, descubrimiento más impactante de todos: El fin de las enfermedades: El llamado Gen Malick. Un gen implantado artificialmente en los seres humanos que impide que enfermemos. Nuestra esperanza de vida pasa de 110 a 150 años de un día a otro.
- Año 2331 ¡Booooom! El Dr. Frederick Schpinelli va más allá en los estudios de Deloren y da un paso de gigante cambiando ligeramente el Gen Malick. De no enfermar pasamos a conseguir que nuestras células no se oxiden, envejezcan y mueran. Ahora el llamado Gen Malick-Schpinell, conocido como Gen MS, nos hace inmortales. Muchos idiotas se lo toman al pie de la letra y saltan desde edificios para demostrar su inmortalidad…los entierros se suceden.
- Año 2437. Los distintos gobiernos del planeta pronto se dan cuenta de que no morir significa también no temer. Y lo hacen de la peor forma posible. Si la vida es eterna, qué nos ata a esperar una recompensa tras la muerte. Las religiones no tienen sentido, la mayoría desaparecen y surgen otras nuevas. Luis Mayor es el líder de los Naturalistas. Crea el movimiento y muere con 150 años, anciano, rodeado de los suyos, de muerte natural. Algo que no ocurría desde hacía casi 100 años.
- Año 2512. Cuando la muerte ya no es el problema el espacio lo es. La gente realiza viajes astronómicos a distintos planetas, previamente terraformados, para habitarlos e instalarse allí. A raíz de eso se crea en:
- El año 2560, V.I.D.A. (Vida Inmortal Diseminada Astronómicamente) Una corporación destinada a la terraformación y diseminación de la vida en distintos planetas primero, galaxias después y ahora universos.
- Año 2765. V.I.D.A., se convierte en la primera corporación en gobernar el planeta, tras llegar a acuerdos de gobernabilidad y cesión de fronteras con los principales gobiernos del planeta Tierra y de los distintos planetas habitados.
- Año 2810. V.I.D.A., determina que la mejor forma de controlar a las poblaciones de los distintos universos es que la pena por cualquier delito sea única: La pena de muerte. Porque, ¿quién teme a una condena de 100 años si puede vivir eternamente?
- Año 2825. V.I.D.A., me acusa de un asesinato que no cometí y ahora me buscan en todos los planetas que conocen para encontrarme y ejecutarme.
Sí, en los que conocen. Por eso terraformé esta pequeña luna en una de las 883 galaxias que descubrió el radiotelescopio Parkes, ese del que os hablé hace un rato. Ahí me escondo, donde no podrán encontrarme, espero, mientras preparo mi ataque para desmontar la acusación que recae contra mí.
Bueno, ahora que sabéis esto ya es momento de empezar mi historia como suelen empezar todas las historias, por el principio.

I
Muerte en V.I.D.A.
Empieza todo.
Autor: Amalio Rodríguez Chuliá.
Ilustración: Almudena Yagüe.
Como casi todos los días, mi padre se levantó pronto para ir a la torre de la corporación V.I.D.A., donde desde hacía más de 70 años prestaba sus servicios como ingeniero de biodiversidad, manipulación genética y estructuras del ADN.
Salió a la calle y, como todos los días, paseó desde nuestra casa hasta la entrada de la torre.
La mayoría de compañeros simplemente se tele transportaban hasta la torre, como todos los días, pero a él le seguía gustando andar, recorrer en silencio el corto trayecto que iba desde nuestro domicilio, en una zona destinada a los empleados y las familias de la corporación, hasta su oficina.
Nuestra casa estaba en una de las muchas colonias repartidas por todas las ciudades del planeta Tierra. En los otros planetas la estructura empresarial de la corporación variaba según la cultura, religión o ideología de sus habitantes.
Mi padre subió las escaleras de la torre, las de la entrada, enormes, imponentes, marmóreas, lo hizo, como todos los días.
Las escaleras eran dignas de una corporación tan poderosa que había sido capaz de pasar de dominar el planeta a dominar la vía láctea y de ahí el resto del universo conocido…que es mucho.
Mi padre subió los peldaños con la seguridad y confianza que le daban sus más de 245 años, 70 de ellos dedicados a V.I.D.A., lo hizo como todos los días.
Ni un solo día había dejado de amar su trabajo, nunca. Ni siquiera aquella mañana, cuando llegó al segundo piso de la torre de la corporación V.I.D.A., abrió la ventana de su despacho e hizo algo que no había hecho ningún otro día: saltó al vacío.
La caída le provocó la muerte instantánea.
Tal vez un segundo piso de una torre de oficinas no pueda parecer una gran altura, pero la torre de la corporación era una torre flotante. Se levantaba 250 metros por encima de las cabezas del resto de ciudadanos.
Esa torre era la máxima expresión de la ley del imperio por encima del imperio de la ley. Aunque, claro, la ley eran ellos.
Desde lo alto, con sus imponentes 100 pisos de altura y elevada otros 250 sobre nuestras cabezas, la torre, de Idilum negro y mármol del planeta Mina Sinex 25, daba la impresión de ser una enorme montaña que amenazaba con caer sobre nosotros en cualquier momento. Sus ventanas de cristal de Vex, también negras, no dejaban adivinar qué pasaba en su interior y en la fachada, a la altura del piso 50, a modo de logotipo de la empresa, una enorme representación de un planeta en el que se veían las raíces retorcidas y serpenteantes de un árbol, el árbol asfixiante e invasor de V.I.D.A.
Cuando llegaron a casa yo aún estaba dormido. Al colocarse frente a la puerta, el sensor de Nulex, la célula de inteligencia artificial polimórfica de la familia, se activó y me despertó con su impertinencia habitual: “Disculpa, Jan. No te molestaría de tu sueño reparador de más de 12 horas, de no ser porque hay alguien en la puerta”. Extendí la palma de mi mano para que Nulex flotase sobre ella en su forma esférica brillante. Miré la bola fijamente y le espeté un nada cariñoso: “Cállate”. Cerré el puño unos segundos y luego la dejé ir para que, mientras bajaba las escaleras que separaban mi habitación del resto de la casa, proyectara ante mí la cara de dos desconocidos con el uniforme de V.I.D.A., que se encontraban al otro lado de la puerta. Con un gesto de la mano aparté la proyección y esta se difuminó en el aire.
– Abre. – Le ordené a Nulex.
La puerta se desvaneció frente a mí y pude ver los gestos serios de los dos representantes de la corporación. Empezaron a hablar: “Tú padre” ¿Qué? “accidente” ¿Qué? “Caída” ¿Qué? “Lo sentimos” …
Y se fueron. Me dejaron allí, de pie mirando cómo se iban, pero sin apenas verles marchar. Inmóvil, sin saber qué decir y con una sucesión de pensamientos a cuál más absurdo sobre lo que estaba pasando. Quedé tan petrificado que, a veces creo que una parte de mí sigue ahí, viendo cómo, poco a poco, la puerta va apareciendo de nuevo frente a mí encerrándome en casa, una casa a la que mi padre no volvería nunca más.
Sin darme cuenta caí hacia atrás y Nulex se transformó a tiempo en una estructura acolchada sobre la que, durante tal vez mil años – metafóricamente hablando, claro – lloré.
El entierro de Salvador, así se llamaba mi padre, fue sencillo y con gran asistencia de compañeros de la corporación y de ciudadanos que, curiosos, querían ver cómo era un funeral.
Mi madre llegó desde Marte la misma tarde de la noticia y ahí empezó a cambiar mi vida por completo.
– Tu padre habría querido que siguieras en la universidad. – Me recordó mi madre cuando me vio sentado en el suelo mano sobre mano.
– ¿Quién te ha dicho que lo voy a dejar?
– Es normal que lo estés pensando, la noticia es tan impactante que un joven como tú se puede plantear mil tonterías, pero debes acabar lo que empezaste.
-Seguiré tu consejo, sabes muy bien cómo acabar con las cosas, las relaciones, por ejemplo, que se lo pregunten a papá y a tu novio marciano.
La mirada de mi madre no llegó a desintegrarme, pero estuvo cerca.
-Bueno, estás triste, es normal, todos lo estamos.
“¿Todos?” Pensé, porque de haberlo dicho, sin duda sí que me habría desintegrado.
Mi madre llegaba para quedarse y tendría que lidiar con ello porque, para bien o para mal, mi madre era mi madre. Aunque se hubiese largado a Marte para empezar una relación con un líder local y nos hubiese dejado a mi padre y a mí mirándonos a la cara y sin comprender qué estaba pasando. Aunque no se dignase a formar parte de mi vida y tuviese otros hijos a los que veía todos los días y adoraba. Aunque cada vez que pensaba en ella lloraba por dentro porque para mí nunca fue una madre. Estoy seguro de que habría recibido más cariño de una unidad de organogénesis artificial que de ella. Pero a pesar de todo eso era mi madre y tenía que aceptarla, que no quererla.
Me mudé a Marte, metí en un transbordador de mudanzas mis cosas, pocas, y en un abrir y cerrar de ojos estaba en el planeta rojo…que ya no lo era tanto. Me acompañaba la Nulex, nuestra célula de inteligencia artificial que era de lo poco que me quedaba de mi padre. Nulex había estado con la familia más de 200 años. Mi padre la instaló al comprar la casa que yo abandonaba ahora. En su memoria podía revivir cualquier momento de mi vida doméstica y también de la vida de mi propio padre y mi madre. Ahí vi sus primeros días de felicidad en la casa, cómo recibieron la noticia de mi próximo nacimiento, mi infancia, cuando jugaban conmigo, cuando reíamos…la felicidad. Pero también sus primeros desencuentros, sus peleas y finalmente, el abandono de mi madre. Lo había visto muchas veces y ninguna de ellas lo había entendido, pero ya me daba igual.
Sumergirme en la realidad pasada, sentarme junto a mi padre, en sus ratos de tranquilidad, cuando no había nadie en casa y simplemente se sentaba y veía sus viejas películas de Star Wars, leía algún de sus antiguos libros de papel o solo se quedaba mirando el techo, sentado en su sofá meditando. Eso me hacía estar junto a él de nuevo…aunque sabía que eso no volvería a pasar. Poco a poco estar en el pasado con mi padre, gracias a la memoria 3D inmersiva de Nulex, se estaba convirtiendo en una obsesión, pero no podía dejar de hacerlo. Pasaba más tiempo encerrado en mi cuarto proyectando la esfera de Nulex para entrar en esa realidad ya muerta, que, en mi propia vida conociendo a mis hermanos, por parte de madre, conociendo a su pareja, que parecía un tipo agradable y, sobre todo, perdiéndome lo que estaba pasando en el presente. Pero me daba igual, tenía tiempo, para ir a la universidad, tenía tiempo para conocerles, tenía tiempo…en concreto todo el tiempo del mundo…era lo único que tenía.
Pero, un día, todo cambio de nuevo.
Como era habitual en mi rutina marciana desde que llegué, me levantaba con la única obsesión de conectarme a la inmersión 3D de Nulex para pasar más tiempo con mi padre, un tiempo robado al pasado.
Aquella mañana no fue diferente, me levanté y tras unos segundos busqué la esfera Nulex, la puse sobre mi palma y le repetí la orden de siempre.
– Registro 3D inmersión. Mi padre en casa, solo, leyendo, viendo cine, meditando. Entrar.
Frente a mí la esfera fue agrandándose, como hacía siempre, hasta tragarme literalmente: estaba en casa, de nuevo. Recorrí el pasillo hasta el comedor, al fondo estaba mi padre, le podía ver perfectamente. Cuando pasé por su despacho vi una sombra que se desplazaba rápidamente, me di la vuelta y entré al despacho. Allí, de pie, mirándome como si fuera consciente de mi existencia en esa grabación holográfica en 3D del pasado, estaba mi padre.
Me sonrió y casi me desmayo. Estaba frente a mí. Me acerqué. ¿¡Me veía!?
-¿Pu…puedes verme?- Farfullé.
– Claro, Jan, claro que puedo verte y no sabes lo que me alegra que tú también puedas verme a mí.
Di un paso adelante, instintivo, intenté abrazarle, pero no abracé más que, a mis propios brazos, ¿qué esperaba? Era un holograma, pero, un momento. ¿Si era un holograma, cómo podía verme y hablarme?
– No podemos tocarnos, Jan. Aunque me veas ahora, frente a ti, como sabes, estoy muerto. Descargué parte de mi memoria y algunos de mis conocimientos en Nulex. Sabía que lo llevarías contigo allá donde fueras, que iba a ser con tu madre. Pero…
-Un momento, ¿me estás diciendo que todo fue premeditado? Que no hubo accidente, que no hubo un problema con la ventana de Vex, que no estaba rota, que… ¿te suicidaste?
El silencio era demasiado incómodo hasta para el holograma de mi padre.
-Sí, Jan. Y no sabes cuánto siento lo que ocurrió, pero tenía que hacerlo…
– ¿Qué cojones dices?
– Esa boca.
– Eres un puto holograma, no puedes hacerme callar.
-Seré un holograma, pero de tu padre y no te consiento ese vocabulario.
-Vamos, no me jo…
– ¡Shiii!
-Te mataste, tú, un ingeniero que trabaja con genes, ADN, mutaciones, vida…vas y te matas… ¿por qué?
-Es largo de explicar. Pero te aseguro que lo entenderás todo cuando iniciemos el viaje.
-¡¿Qué viaje, papá?!- Dije sorprendido, más por llamar “papá” a un holograma que por el viaje en sí.
-Nos vamos, Jan, bueno, te vas. Tienes que irte, van a venir a buscarte. No cojas nada. Vístete y no te olvides de Nulex.
La imagen de mi padre se difuminó y la esfera se fue empequeñeciendo hasta quedar, de nuevo sobre la palma de mi mano. ¿Qué cojones estaba pasando? ¿Por qué se suicidó mi padre? Y ¿quién me iba a buscar y para qué?
-¡Jan!.- Gritó mi madre desde el piso de abajo.- Hay aquí unos señores de V.I.D.A., que quieren hablan contigo, baja.
Cogí la chaqueta, me la puse y apreté a Nulex en el interior de mi puño al cerrarlo. Ya estaban aquí, tenía razón mi padre, pero, ¿qué querían? No me lo planteé mucho más. Salté por la ventana que se evaporó al hacerlo cerrándose de nuevo sobre mí y salí a la pequeña terraza que hacía las veces de balcón de mi habitación. Abrí el puño y liberé a Nulex.
– Vámonos.
La esfera adoptó rápidamente la forma de una pequeña nave Dkúbito monoplaza. Me tumbé boca abajo, de ahí su nombre, y se cerró sobre mí, dejando una abertura transparente alrededor de la cabeza para poder ver el recorrido.
– ¿Dónde? -Preguntó impasible Nulex.
-Pues, esto, a…
Escuché como mi madre golpeaba la puerta de mi habitación y gritaba mi nombre.
– ¿Dónde? -Repitió Nulex con el mismo tono y sin ninguna impaciencia.
-… ¡Lejos! ¡Lejos!
La nave salió disparada cual proyectil de fotones en el interior de un cañón de una de las naves de guerra de la corporación. Su velocidad no se notaba en el interior, mis vísceras seguían en su sitio a pesar que veía como todo se movía a mi alrededor, tan rápido, que los edificios, luces, personas y objetos que me encontraba a mi paso, viraban de sus respectivos colores a un blanco estridente y cegador.
De pronto, la nave se detuvo, se colocó en posición vertical y se fue difuminando de abajo arriba, para poder quedarme de pie. La esfera volvió a mi mano, la guardé en el bolsillo y escuché la pregunta de Nulex.
– ¿Suficientemente…?
– ¿Suficientemente qué? -Interrumpí aun temblando por el viaje.
– ¿Suficientemente lejos?
– Sí, bueno, no sé, ¿dónde estamos?
– Lejos, Jan.
De haber sido una de esas viejas películas que veía mi padre, ahora yo estaría en un plano corto, la cámara se iría alejando para ver cómo me encontraba en medio de una frondosa y elevada nada. Seguiría hacia atrás y descubriría que estoy en lo alto de una montaña, altísima. A mi alrededor y descendiendo por la inmensa colina; árboles de color naranja, amarillo, morado y por su puesto verde, aunque en Marte eso de la fotosíntesis, por culpa de la química propia del planeta, va de otra forma. Tras unos segundos el espectador de esa hipotética película descubriría que estoy en lo alto del monte Olimpo, un volcán inactivo, a 22 kilómetros y medio sobre el nivel del mar y a 58.000 kilómetros de casa de mi madre.
Allí solo, con una célula de inteligencia artificial polimórfica que, como acababa de comprobar, se tomaba las órdenes al pie de la letra, me di cuenta de que realmente no sabía de qué estaba huyendo.

II
La nave-mundo
El puto amo.
Autor: Amalio Rodríguez Chuliá.
Ilustración: Amanda Paniagua.
En 2547 Clarence Vön, filósofa y antropóloga, propuso la teoría de los dioses dormidos en su libro We are gods. La escritora sostenía que la inmortalidad era el final de la raza humana porque, ¿qué había de humano en no morir?
Precisamente, si algo definía al ser humano era la propia finitud de su existencia, el hecho de saber que, en cualquier momento, el todo se puede convertir en nada. Para ella el conseguir llegar a un punto en la historia de la humanidad en el que ya no se moría significaba que el humano dejaba de ser necesariamente humano para convertirse en dios. Evidentemente los fundamentalistas religiosos – sí, sigue habiendo de esos – se le echaron encima, literalmente. “Dios solo hay uno” decían. Aunque cada uno hablaba por el suyo. La Dra. Vön nos llamaba dioses dormidos. Para ellos los humanos siempre fuimos dioses esperando a despertar y ahora lo habíamos hecho. Era una idea romántica y poco filosófica que gustaba a muchos y aterraba a otros tantos. Sobre todo, a los que casi 75 años después de la publicación de su premiado libro la mataron.
A Clarence la mataron porque escribió algo que no querían que escribiera. La mataron por que lo que pensaba no le gustó a alguien y, sobre todo, porque “se atrevió” a compararnos con dios, con uno cualquiera.
Su asesino cumplió una pena de 50 años de cárcel y salió a la calle para seguir viviendo eternamente.
La sociedad se reveló ante esta injusticia y las manifestaciones de los pocos activistas que quedaban en aquella época consiguieron que V.I.D.A., cambiase la ley. “La pena no puede ser inferior al delito en un mundo donde, como la Dra. Vön dijo, we are gods” proclamó, en un aclamado discurso ante la Cámara de Ilustres, el presidente de la corporación. Así que se decidió que todas las penas de delitos que provocasen una muerte serían penados con la pena más dura para un dios: morir.
Pero, claro, cuando el único delito punible de una forma tan brutal era el de homicidio o asesinato, los demás delitos no lo parecían ya. ¿Qué impedía a la gente entrar a una tienda, robar e irse a casa? Nada. ¿Qué impedía a la gente entrar en tu domicilio y violarte? Nada. Las penas no eran suficientemente duras y entonces, al presidente adjunto de la corporación se le ocurrió una idea brillante (si eres un puto psicópata, claro). Todos los delitos se castigarían con la misma pena; la pena de muerte.
Lo que en un principio pareció una idea completamente descabellada y digna de una mente enferma, fue dando sus resultados. De hecho, de un día para otro se dejó de delinquir. Evidentemente seguía habiendo psicópatas, seguía habiendo ladrones, pero o no actuaban o lo hacían de una forma tan, tan esporádica y discreta que nadie se enteraba. Lo que aumentó de una forma alarmante fueron las desapariciones.
Y en esta huida desesperada intentando esconderme de V.I.D.A., descubrí cuál era la razón.
Salí al enorme balcón del Clarence Vön I, una nave-mundo de dimensiones solo comparables a una gran ciudad que viajaba desde Marte hasta Caronte, en uno de sus eternos trayectos por la Vía láctea.
Frente a mí el infinito. Con las manos apoyadas en la barandilla y las piernas temblando note la brisa artificial que golpeaba mi rostro mientras la descomunal nave avanzaba. Desde allí se podía ver, a lo lejos, tras la cúpula semicircular que daba cobijo a los tres balcones y al bosque a los pies de estos, el brillo de las ciudades flotantes del cinturón de asteroides (situadas, por razones obvias, tras éstos), las inmensas naves de carga de la corporación, con material, minerales, soldados y obreros viajando de un lado a otro. Descubriendo y colonizando.
La cúpula de cristal de Vex era tan transparente que daba la sensación de no existir. Parecía que realmente estuvieses de cara al infinito. La claustrofobia era imposible en un lugar como ese, precisamente por eso se había construido así esa nave, la primera de su generación. Una nave-mundo, como se las llamó por la prensa, donde podían construirse ciudades, carreteras, pistas aéreas, factorías, formar una familia…vivir. La Clarence Vön I contaba con su propio gobierno, dependiente, como todos, de la corporación V.I.D.A., pero con algunas concesiones autonómicas que le conferían la posibilidad de aceptar mano de obra para seguir su viaje. Era realmente impresionante. Nunca me habría montado en una nave así de no ser porque mi padre, mientras me sacudía el polvo del monte Olimpo me explicaba qué debía hacer.
– ¡No me jodas, papá!
– ¡Oye! Nunca me has hablado así cuando estaba vivo y no me vas a hablar así ahora que estoy muerto.
– Papá, reconoce que esa frase es bastante rara.
– Sí, pero ese no es el tema. El tema es que tienes que largarte del área de influencia de la corporación.
Reí, reí mucho.
– La única forma de salir del área de influencia de la corporación es hacer lo que tú has hecho, papá. V.I.D.A., está en toda la galaxia, en todo el universo, en todas partes. ¿Cómo coj…- Me frené -… ¿cómo voy a hacerlo?
Mi padre, o eso que se movía, hablaba, me recriminaba y me conocía tanto como mi padre me dijo que la única forma era embarcarme en la Clarence Vön I, que tenía un muy buen amigo allí que, seguro que me podría echar una mano, pero antes de ir a esa nave tenía que saber qué estaba pasando, qué buscaban los hombres de la corporación cuando fueron a casa y, sobre todo, ¿por qué hui?
– Creen que tú me mataste.
– ¡Eso no tiene sentido!
– Lo sé. Pero dudo que algo tenga sentido en este mundo ya.
– ¿Cómo pueden acusarme?
– Dicen que te vieron entrar en mi despacho ese día, Jan.
– ¡Yo, yo no fui a tu despacho!
– Lo sé.
– ¿Entonces cómo me van a ver entrar y por qué te iba a matar?
– He dicho que dicen que te vieron entrar, no que te vieran.
– N…no… entiendo.
– Quieren acabar contigo igual que querían acabar conmigo.
– Pero, ¿por qué?
– Por quien eres, Jan.
– Joder… ¡y no me digas que no diga joder! Es para decirlo muchas veces, de hecho, lo voy a hacer. ¡Joder, joder, joder, joder, joder! Jo-der. Papá, llevó sin entenderte desde que empezamos esta conversación. ¿Acabar conmigo por quién soy? Aclárate.
– Pronto lo sabrás, ahora tienes que irte, esa nave no te va a esperar.
– ¡Papá! – Recapacité – Oye…esto…que…bueno…que se me hace raro llamarte papá. ¿Puedo llamarte de otra forma? ¿Por tu nombre? Bueno, el de él.
– Puedes llamarme como quieras, pero, ¿realmente quieres llamarme por su nombre?
Durante un instante lo medité. Hasta esa pregunta lo tenía claro. Le miré a los ojos y cerré el Nulex y con él la simulación 3D inmersiva, no sin antes responder con un: “Vamos a esa nave… papá”
Frente a mí se encontraba la Clarence Vön I. Descomunal. Era como si a una ciudad le hubiese dado por ponerse a flotar y en su parte frontal una gran burbuja se la hubiese tragado dejando a la vista de todos cientos, miles de edificios, tal vez millones. Luces, naves de desplazamiento personal surcando su interior y millones de seres ajenos a mis ojos como platos ante la presencia de la nave que les daba cobijo, seguridad y transporte. A mis pies se extendía una zona inmensa de vegetación, un bosque, con su río cruzando frente a mí. Esperé, junto a otros tantos miles de personas, en una ordenada cola, a que el cristal de Vex iniciase su apertura. Poco a poco, la inmensa burbuja empezó a palpitar, como cuando lanzas una piedra al agua, representando sobre su superficie la forma de una honda. Cada vez con mayor intensidad y acompañado de un zumbido suave, nada molesto, casi agradable. Lentamente se fue abriendo el lugar en el que la piedra imaginaria había golpeado el cristal de Vex y fue por allí por donde se empezó a mostrar el interior de la nave y pudieron ir entrando los primeros pasajeros.
Junto a la apertura dos soldados de la corporación identificaban a todos los que intentaban entrar, lo cual significaba que en cuanto llegase a su altura me iban a detener. Estaba completamente aterrado. Al final la idea de mi padre no era nada buena, nada de nada. Debió de dejar lo peor de su intelecto en esa copia virtual porque… ¡Qué cojones!
Alguien me cogió del hombro y me adelantó en la cola. Uno a uno nos fuimos colando a los que estaban esperando en la fila que nos miraban con gesto agraviado, pero en silencio.
Cuando llegamos a la altura de los soldados les saludó, estos le sonrieron y añadió como quien está acostumbrado a dar órdenes: “Tranquilos, va conmigo”.
Una vez dentro me soltó del hombro y abrazó mi cuerpo, porque mi mente estaba completamente en otro lado, tal vez en un retrete porque sin duda me había cagado encima.
– Hola, Jan, soy Héctor, el amigo de tu padre.
– ¡Tú lo que eres es un mamón! ¿Sabes el susto que me has dado? – Me salió de dentro.
Héctor, grande, gordo, con una barbilla tan cerca de la clavícula que no me dejaba verle el cuello, y juro que tenía uno, y unas manos en las que podría haberme sentado sin que me colgasen los pies, empezó a reírse, a carcajearse hasta que cogió aire, su risa se tornó en sonrisa, me miró y me dijo: “Acompáñame. Aquí estarás a salvo”.
Entramos por el bosque de la nave-mundo, a los pies de los balcones que, a modo de mirador se elevaban sobre nosotros dando la sensación de que se podrían caer de un momento a otro. Pero no se cayeron, claro. Cruzamos el puente sobre el río. Un río de aguas transparentes, como creo que nunca había visto, y llegamos a una pequeña nave biplaza que nos esperaba para llevarnos a la casa de Héctor. En el interior del vehículo, me confesó qué conocía a mi padre. Habían estudiado juntos y durante años habían formado parte de la LR, la Liga por la Revolución. ¡Un momento!
– ¡¿Mi padre un revolucionario?!
– ¿Crees que una corporación que domina todo el universo conocido no es motivo suficiente como para hacerle una revolución?
Joder, tenía razón.
– Ok, pero no contestes a mis preguntas con preguntas, ¿vale? Repito. ¿Mi padre era un revolucionario?
– Tu padre siempre fue un revolucionario, como tú le llamas. Pero fue algo más. Fue alguien que siempre quiso lo mejor para ti y la única forma de conseguirlo era siguiendo con la LR, pero entrando a formar parte de V.I.D.A.
– ¡¿Un espía?!
Ahí sí que me había dejado completamente fuera de juego. Mi padre, el hombre más normal del mundo, con unas rutinas y unos horarios que seguía tan a rajatabla que se podría decir que él inventó el calendario, era un espía.
Pero qué espiaba, ¿por qué? ¿Para qué?…
– Bueno, llámalo así. Yo prefiero llamarle héroe.
Demasiados impactos, demasiada información, demasiados cambios, demasiado todo. Mi cabeza no daba para más. Me recliné en el asiento y le pedí a Héctor que me dejase descansar hasta que llegásemos a su casa.
– No vamos a mi casa. Vamos a la tuya. De hecho, ya estamos.
– ¿Cómo?
La nave se detuvo lentamente frente a un edificio de mediana altura en las afueras de la ciudad. La puerta se desvaneció cuando detectó mi ADN y Héctor se despidió de mí.
– Descansa, hijo. Mañana hablamos.
– ¿Cómo te encuentro?
– Oh, sabrás cómo hacerlo, no te preocupes.
La nave salió disparada hacia el cielo y al hacerlo miré hacia arriba y mis ojos se encontraron con una enorme y sonriente cara proyectada en el cielo de la ciudad a modo de cartel publicitario luminoso. Era la cara de Héctor y junto a ella unas letras fueron apareciendo poco a poco: “¡Ciudadano! El Gobernador de Clarence Vön I te desea feliz fiesta de independencia”
Mi padre un espía y Héctor, literalmente, el puto amo.
¿Qué podía ir mal en la nave-mundo?
Pues todo.

III
El desconocido
Mi propio Boba Fett
Autor invitado: Miguel Ángel Rodríguez Chuliá.
Ilustración: David Senabre.
Lo que transcribo a continuación ocurrió entre mi viaje involuntario al monte Olimpio y mi encuentro con Héctor. Un encuentro que marcaría mi viaje en muchos aspectos, al igual que lo que vas a leer ahora.
EDIFICIO CORPORACIÓN V.I.D.A.
El desconocido dejó suspendida en el aire su nave frente a la planta 100. Entró en la sala de recepción y miró mientras sonreía burlonamente, bajo su yelmo, al contemplar tanta artificial pulcritud en la decoración de la sala.
― Buenos días, señor. Soy el ente de reconocimiento de identidad asignado para este día en esta franja de espacio vivido en la torre de la corporación V.I.D.A., puerta de acceso oeste. Necesito que se despoje del yelmo y la capa, debo verificar su identidad, así como asegurarme de que no lleva armas.
― He sido invitado por el presidente de la corporación. No llevo armas, déjame pasar.
― Es un día luminoso y feliz, señor. Sienta la paz de Terra 24, hay que seguir las normas para alcanzar la paz.
― ¿Conoces algo de la tecnología geminiana,” bicho”?
― Por favor no haga eso señ…
― ¡Alto, no se mueva! ¡Vamos, todos a sus puestos, redúzcanle! – Gritó un proactivo soldado de la corporación.
― Sólo tienen que confirmar con su presidente si mi presencia ha sido requerida, después pueden seguir haciendo en el cuarto de emergencias lo que fuera que estuvieran haciendo antes de ver implosionar por las cámaras a esa maquinita voladora.
El desconocido no era muy partidario de mantener conversaciones muy largas con ningún bicho, ente o cualquier elemento no biológico. Bueno, la verdad y como descubrí más tarde, el desconocido no era de mantener conversaciones muy largas con nadie. Cuando apareció de repente un ente diplomático, y les ordenó a aquellos soldados que bajaran las armas y le franquearan el paso, el desconocido miró la pelota de metal comprimido en la que se había transformado la célula de inteligencia artificial que estaba a sus pies y lo siguió mientras, le daba la bienvenida en cuarenta idiomas o dialectos de la primera tierra, sin saber realmente si le entendía.
Los geminianos – que como supe más tarde, es lo que era – son así, su contacto con los mundos derivados de la tierra se había interrumpido hacía más de cuatrocientos años. En ese momento el desconocido no entendía por qué la corporación necesitaba a uno de los suyos, aunque, en su extraña escala de valores intelectuales entender no es una prioridad, la disciplina es lo primero, y cuando su líder le pidió que se desplazara a Terra 24, él, sin necesidad de entender nada, se desplazó y poco más.
― Pase, por favor ¿Le molesta la luz blanca? Tengo entendido que en Géminis la calidad de la luz no es como la de la Tierra.
― ¿A qué se refiere con lo de “la calidad”?
― Por favor, no quería ofenderle, sólo que estamos tantos años separados con poco o, ningún contacto, que nos hemos convertido en desconocidos.
― ¿Por qué estoy aquí?
― Le pedimos a su líder un favor y nos aseguró que usted era el hombre ideal, verá; nos han robado.
El geminiano se sentó enfrente de aquel hombre ignorando a los otros cinco que estaban sentados en torno a aquella mesa circular de ónix pulido a espejo. Se les veía nerviosos, intentaban adivinar su cara y su cuerpo a través del yelmo de diamante tallado y su capa púrpura semitransparente, el contraste que provocaba el gris oscuro de sus uniformes, el negro de la mesa de reuniones y el potente blanco de la luz cenital, hacía que el desconocido pareciera, en aquella sala, la única forma con color.
― ¿Qué les han robado?
― ¡El orden, nos han robado el orden! – Espetó alarmado el vicepresidente de V.I.D.A.
― Vicepresidente, por favor, tranquilícese. Debemos explicarle a nuestro invitado la historia desde el principio.
― ¡Ha sido un ataque al sistema!
― Vicepresidente…por favor.
― Disculpe al vicepresidente, ama, como todos lo hacemos, al sistema y su orden, pero es una persona pasional, a veces en exceso, vera: hace algún espacio vivido, ustedes lo llaman tiempo, el JIS declaró culpable de asesinato a un joven.
― ¿El JIS?
― Si. El Juzgado Infalible Sacro; nuestro pilar del orden. Declaró culpable, como le decía, a un joven del asesinato de su padre, lo arrojo desde el último piso de este mismo edificio.
Yo acusado por el JIS de haber asesinado a mi padre. No hay mayor estupidez posible. En lugar de Juzgado Infalible Sacro deberían llamarse Juzgado de Imbéciles Simplones. Perdón, sigo con la historia.
― ¿Por qué lo hizo? – Preguntó con toda lógica el geminiano.
― Desconocemos los motivos, si es que realmente hubo alguno, lo cierto es que el JIS precisa al menos de cuarenta y ocho horas, desde que es convocado, para emitir un veredicto, alabada sea la sagrada división celular.
― Cuando fue declarado culpable los guardias se presentaron en su casa para detenerle, pero había escapado. Desde entonces, a pesar de haberlo buscado, no sabemos nada de él.
El desconocido nunca había entendido la fe que depositavan los inmortales en el JIS. Para ellos no era más que lo que era: un puñado de organismos celulares del tamaño de un puño, una sala llena de ellos en estado de hibernación que eran devueltos a la vida cuando había que juzgar a alguien y su ciclo de división celular era de cuarenta y ocho horas, si la siguiente división celular resultaba ser par; el acusado era inocente, si impar; culpable, y el castigo era único independientemente de la gravedad del delito: la muerte. La corporación había sacralizado la división celular natural.
― Entonces está claro que el chico no es inocente según su JIS ¿No?
― El JIS no puede errar, la “I” significa infalible como ya le he dicho. (Bueno, eso es discutible, como ya os he comentado antes…perdón de nuevo)
― No es posible entonces que fuera un suicidio ¿No?
― Como vicepresidente debo decirle que sus dos últimas preguntas pueden considerarse como contrarias al orden y por lo tanto no afectas a la paz, algo peligrosamente cercano a la disidencia.
― Yo no puedo ser un disidente porque no vivo en su sistema ni soy afecto a él.
― Le ruego que perdone de nuevo al vicepresidente, pero todo se reduce a algo muy simple: la perfección de nuestro sistema ¿Sabe por qué nuestro sistema es perfecto?
― ¿Lo es?
― Nuestro sistema es perfecto porque no existe, ni debe existir otro. La disidencia no es conveniente ni tolerable, nuestro sistema es el orden, la seguridad y la inmortalidad, y créame: en un sistema donde la única pena posible es la muerte, tanto el suicidio como el asesinato son la mayor manifestación de disidencia posible.
― ¡Cierto señor presidente! Sólo existen esas dos formas de disidencia, da igual una que otra. El único poder que asume el sistema como propio es interrumpir la inmortalidad, es decir, poder administrar la muerte. Si alguien usurpa ese poder, sea voluntariamente o no, desafía el poder del sistema.
― Gracias vicepresidente por aclararle a nuestro invitado la situación ¿Entiende usted ahora lo irrelevante de saber si fue suicidio o asesinato?
― Entiendo algo mejor ¿Qué hago yo aquí entonces?
― Debe traer al chico para que se cumpla la sentencia, si lo encuentra, y está muerto, usted dirá que ha sido usted mismo el que ha ejecutado la sentencia por encargo de la corporación. Las sentencias del JIS se cumplen siempre.
― ¿Por qué yo? Ustedes tienen guardias, soldados y sicarios…perdón, profesionales de sobra.
― Por una razón política ¿Sabe cuántos condenados han huido para que no se aplique su pena en seiscientos años? Se lo diré: ninguno. Nuestros ciudadanos siempre han aceptado que la vida que administra la corporación es sagrada, si alguien mata; muere, si alguien intenta suicidarse y no lo consigue; muere también.
― Vale el chico es un disidente, el primero en muchos años, pero eso no responde a mi pregunta.
― No podemos correr el riesgo de que nuestros guardias le encuentren y se vean manchados con su disidencia, imagínese si el chico les convence de que es posible huir de la ejecución de una sentencia. Sería el principio del fin de nuestro sistema, o peor, que les convenza de que mató justamente a su padre.
Usted, en cambio, no es de los nuestros, da igual de qué lo convenza. Hará su trabajo y volverá con el chico, o dirá que ejecutó usted mismo la sentencia. Usted, no es un problema político.
― Lo entiendo.
― ¿De verdad no le molesta la luz?
El desconocido se quitó el yelmo geminiano mirando a la cara del vicepresidente, quien, entre gritos y sollozos, al ver su barba canosa y las arrugas de expresión alrededor de sus ojos y boca, le insultaba llamándole mortal, le llamaba viejo y le acusaba de ser naturista, intentando apartarse de la mesa mientras los otros cuatro agachaban la cabeza y fijaban su mirada en el brillante negro intenso de la mesa sin apenas moverse de las sillas.
― Vicepresidente, tranquilícese por favor, los geminianos rechazaron parte de la tecnología que heredaron; viven unos doscientos cincuenta años, no más, lo decidieron así; también decidieron envejecer.
Nuestro invitado estará cansado por la conversación, también son muy parcos en palabras. Un ente domestico le acompañará a su aposento.
El desconocido siguió al “bicho” valorando la posibilidad de hacer implosionar la sala con aquellos hombres dentro para poder decirles a todos los habitantes de Terra 24 que ya eran libres y mortales, pero lo descartó; lo primero no lo hubieran entendido y lo segundo no se lo hubieran perdonado nunca.
Así es como descubrí que un cazarecompensas geminiano me perseguía hasta dar conmigo y ajusticiarme. Y lo haría, en breve, porque para un naturista si algo importa es el tiempo y él tenía poco, infinitamente menos que yo…y esa era mi condena. Su limitación de tiempo le obligaba a cumplir con su misión sin perder ni un solo minuto.
Y no lo perdió.

IV
El grito
Donde van los desaparecidos I.
Autor: Amalio Rodríguez Chuliá.
Ilustración: Almudena Yagüe.
Creo que no exagero si digo que, tras entrar en la casa prestada de Héctor, estuve durmiendo tres meses. Bueno, sí exagero.
Me desperté con la sensación de haber estado toda la noche masticando metal. Me acerqué a la bañera, era enorme y, curiosamente, situada fuera del cuarto del ER (Eliminador de Residuos). Os aclaro, queridos lectores imaginarios del siglo XXI; en el futuro hace años que no expulsamos las heces por vía rectal. Lo que nos roba el extraño e incomprensible placer de vuestro tiempo. Sí, ese de mirar vuestra “obra” tras la deposición. Actualmente nos colocamos frente a un dispositivo, el ER, y este elimina nuestras deposiciones antes de que salgan. No tengo ni idea de cómo se hace, yo soy más de terraformar planetas no de hacer desaparecer la miERda. Con perdón.
Me metí en la bañera, situada frente a la ventana de Vex que mostraba la fachada del edificio de en frente, pero que gracias a sus propiedades impedía que desde fuera me vieran.
Me zambullí lentamente hasta que el agua me cubrió por completo. El silencio me aisló del exterior, tanto que casi no la escuché gritar. Pero afortunadamente lo hice.
Era el grito desesperado de una niña. Sí, debía de ser una niña de no más de 12 años. Era un tono agudo, estridente y lleno de rabia y desesperación.
Salí de mi improvisada cámara de aislamiento acuático y miré por la ventana hacia el lugar de donde creí que procedía aquel grito, un edificio de viviendas de grado bajo, destinadas a profesionales no especializados. En una de sus ventanas, abierta, pude ver a una joven. No, no era una niña. Estaba en el borde del marco de la ventana de Vex. Por algún motivo se había desactivado la protección del cristal y la muchacha estaba a un paso de caer desde unos 5 metros de altura. Decidí advertirla.
– ¡Nulex! Abre ventana baño.
La ventana desapareció lentamente y pude lanzar un grito, pero antes de que la joven pudiera escucharme vi como un hombre se acercaba a ella y con su mano la agarraba violentamente del cuello, ante su asombro, y la metía de nuevo dentro. Al instante la ventana volvió a cerrarse ocultando su interior.
La fuerza con la que habían metido a la chica dentro no parecía la normal para alguien que intentaba protegerla. Parecía ejercida sin ninguna prudencia. Aunque claro, ante un peligro como ese, lo normal es no medir la fuerza, era un gesto instintivo, automático, la única preocupación era la de salvar a la joven.
Me quedé allí de pie, mirando la ventana porque algo no acababa de encajarme en aquella escena que acababa de contemplar.
– ¡Bonito cuerpo! – Me gritó una voz masculina desde la calle.
-Nulex, cierra la ventana.
La Clarence Vön I no era una nave-mundo al uso. Me explico: la sociedad dentro de la nave-mundo se regía por las normas de la corporación V.I.D.A., como, por otra parte, todo el universo conocido, pero contaba con ciertas licencias que le conferían una capacidad legislativa peculiar en determinados aspectos. Uno de ellos, sin duda el que más me favorecía, era que las fuerzas de seguridad de la corporación no entraban en la nave-mundo sin permiso del gobernador. Se contaba con un ejército propio, un millón de efectivos entre humanos, geminianos y EBB (Entes Biológicos Bélicos). Este ejército se encargaba tanto de la seguridad de la nave-mundo, repeliendo los ataques de saqueadores, como de imponer la ley en el interior de sus ciudades.
La seguridad de más de cien millones de ciudadanos dependía de un millón de soldados. Sin duda eran pocos, pero su supuesta independencia sumada al hecho de que mi padrino era el gobernador, me aseguraba una cierta tranquilidad hasta llegar a mi destino.
Salí de la casa con la intención de pasear, ni más ni menos. Necesitaba estirar las piernas. Anduve pensativo durante más de una hora y cuando me quise dar cuenta me descubrí frente al edificio donde la joven había estado a punto de caer al vacío.
Instintivamente miré hacia arriba y localicé la ventana sin dificultad. El cristal de Vex, ahora oscuro, no dejaba intuir nada de lo que ocurría dentro. Decidí seguir mi camino, rodear la manzana y volver a casa, pero cuando iba a hacerlo me topé de cara con el hombre que había salvado a la muchacha de una manera tan efectiva como expeditiva. No pude evitar saludarle. Me miró desconcertado y me devolvió el saludo sonriendo levemente.
Claro, él no sabía que había sido testigo de lo ocurrido en su casa y, para que no me tomase por loco, decidí comentárselo.
– He visto lo de esta mañana. – Dije con gesto preocupado.
– ¿Cómo? – Acertó a decir el hombre.
– Lo de la ventana, la muchacha, su hija supongo, que casi se cae.
A medida que iba pronunciando cada palabra que formaba la frase anterior, su rostro fue pasando de su tono blanco cetrino a rojo y su gesto borró la forzada amabilidad para adoptar una expresión primero de desconcierto, luego de ira contenida y finalmente de rabia. No entendía nada. El tipo se largó sin apenas despedirse. Se fue rápido hacia su casa. La puerta se abrió al detectarle y yo me quedé mirando su escapada sin entender absolutamente nada, pero con algo en mi mente bastante claro; ese tipo ocultaba algo o a alguien.
-Quiero ver al gobernador, se lo digo en serio, nos conocemos.
Ese soy yo, dos horas más tarde pidiéndole por tercera vez a un soldado de la nave, que hacía guardia en la puerta del gobierno local, que quería ver a Héctor.
-Imposible.
Y ese es él diciéndome por tercera vez lo mismo.
¿Cómo pretendía que hablase con él? ¿Por lo visto acceder a su despacho era más difícil que convencer al JIS de mi inocencia?
Frustrado me di la vuelta y decidí ir a comer algo, no sin antes activar el Nulex y pedir la presencia de mi padre que se materializó al instante tras un montón de líneas de código, como solía hacer. Me saludó con la mano derecha levantada, como quien lleva tiempo sin ver a un amigo.
-Hola. ¿Cómo se supone que puedo contactar con Héctor?
-Llamándole a su célula de inteligencia.
Obviaremos la cantidad de improperios que pensé en ese momento, todos dirigidos a mí mismo.
-Sí, claro. Esto, perdona, ¿A qué te referías con lo de que me acusan por lo que soy? No lo entiendo. ¿Qué soy?
-Jan, más que por lo que eres, por lo que representas. Estás llamado a acabar con V.I.D.A.
Si existieran los efectos de audio en la vida real ese era el momento apropiado para meter el efecto de una vieja aguja rasgando el aún más viejo vinilo de un, igual de viejo, LP.
-¿Acabar con V.I.D.A.? Papá, eso es imposible.
-No lo es y ellos lo saben igual que tú lo sabes, hijo. Lo llevas muy dentro de ti.
– ¡Yo no sé nada! Lo único que sé es el lío en el que me has metido suicidándote y dejándome con una mala copia de ti. Estoy cansado de esto, quiero sinceridad, quiero la verdad. Tengo que defenderme de la acusación, yo no te maté y ellos no lo van a demostrar.
-Hijo, ellos no quieren demostrarlo, ni siquiera juzgarte. Ellos solo quieren matarte.
Mi padre o eso que parecía mi padre, no dejaba de darme buenas noticias.
-A este paso voy a ahorrarles el trabajo.
-En estos momentos un profesional geminiano viaja a bordo de una lanzadera y se dirige hacia esta nave. Que te encuentre es cuestión de semanas, tal vez días. Pero ambos sabemos que te encontrará.
-Peor me lo pones.
-Trabaja para la corporación y su misión no es otra que hacerte desaparecer. Ni mi muerte ni lo que llevas en el interior puede detenerles…
– ¡¿Qué llevo en el interior!? Hablas de mí como si estuviera embarazado. No llevo nada dentro, papá, si no contamos el miedo, claro.
De ese llevo como para parar en seco la carrera de un elefante de Othuul.
La imagen de mi padre se fue desvaneciendo y, en su lugar apareció la de Héctor.
-Hola, chaval. ¿Me buscabas?
-Sí. – Respondí decepcionado ante la desaparición de mi padre y, de momento, la oportunidad de poder explicarme qué era eso que llevaba dentro.
-Soy todo tuyo. -Proclamó Héctor con su mejor sonrisa de campaña electoral.
-No dice lo mismo el soldado que está en la puerta del palacio de gobierno.
-Claro, por ahí no vas a entrar. Se me olvidó decirte que había transferido a tu célula los datos necesarios para contactar conmigo, pero pensé que un chico listo como tú lo imaginaría pronto.
-Sí, bueno, se me pasó. – Reconocí algo avergonzado y añadí rápido para cambiar de tema. – Como gobernador de la nave-mundo, ¿me podrías hacer un favor?
-Otro, dirás. – Puntualizó Héctor sonriendo.
-Otro, claro.
-Tranquilo, mientras estés aquí seré como tu tío, de hecho, me puedes llamar tío Héctor…
-No, no lo haré. Con un padre virtual tengo bastante.
-Bueno, como quieras. Dime. ¿En qué puedo ayudarte?
-Necesito datos de un ciudadano de la nave-mundo.
– ¡Wow, wow, wow! Espera, no estás pidiendo mesa en el Tajalil Matshuma. Me estás pidiendo algo que en teoría no puedo hacer.
– En teoría, tío Héctor. – Dije con sorna.
El gobernador soltó una de sus estruendosas carcajadas y, acompañada de un suspiro digno de quien acaba de deshacerse de una mochila muy pesada, aceptó ayudarme.
-Nulex, muéstranos la casa del incidente de esta mañana.
La casa se mostró frente a nosotros y ambos la vimos claramente.
– ¿Qué necesitas saber?
– ¿Quién vive ahí? Entiendo que es alguien solo con su hija, una joven, no tendrá más de 16 o 18 años, pero aparenta muchos menos.
Tras unos segundos de silencio por parte de ambos, Héctor accedió a lo que parecía una base de datos y localizó rápidamente el nombre del ciudadano.
-Su nombre es Ribard, Ribard Miller. Es obrero en sistemas de teleportación. Lleva poco tiempo en esa casa. Exactamente 22 años, pero…
– Pero… ¿qué? – Pregunté impaciente.
-Vive solo.
-Imposible. Vi a su hija.
-No, no tiene hijos, ni tiene pareja registrada en ese edificio, ni mascota, ni célula de inteligencia, ni ninguna actividad, ni hábitos de compra que reflejen que haya tenido ninguna descendencia, ni adoptado a nadie en los últimos 22 años. Solo tiene la placa de teleportación con la que la compañía obsequia a sus trabajadores.
-Pero yo la vi. Yo vi a la muchacha.
-Bueno, chaval, sería una vecina que habría ido a por algo a su casa, no sé… ¿te gustó?, ¿quieres conocerla? Puedes tener a la chica que desees, eres amigo del gobernador…
-No, no es eso.
-Bueno, no sé para qué quieres saber eso, pero me da igual. Si necesitas conocer a alguien solo tienes que decirmelo…
-Me habías dicho que te llamasé tío, no proxeneta.
-No te pases. Bueno, supongo que ya estás enterado de lo del geminiano. Está de camino y viene a matarte.
-Vuestra delicadeza a la hora de dar malas noticias solo es comparable con el pedo de un rinoceronte de Cebir.
Héctor me confesó que tenía todo preparado para impedir la entrada del geminiano en la nave-mundo, algo que me tranquilizó a medias. Quedamos en vernos a la mañana siguiente y Héctor prometió explicarme, eso que a mi padre le costaba tanto contarme.
No podía quitarme de la cabeza el rostro aterrado de la muchacha cuando la mano de Ribard la agarró del cuello. Eso y el hecho de que, si no era su hija, ¿quién era? Ese comportamiento violento, aunque fuera supuestamente para salvarla, no era muy normal y su reacción al comentar lo ocurrido lo era menos. ¿Qué se ocultaba tras aquella ventana? ¿Quién era esa joven? Y sobre todo… ¿Por qué no me la podía quitar de la cabeza?
Muchas eran las preguntas que me hacía a mí mismo camino de casa, pero solo tenía respuesta para una:
¿Vas a intentar descubrir lo que está pasando en esa casa?
Y la respuesta era un rotundo sí. Claro que sí.
Aunque lo que encontré allí me cambiaría para siempre.

V
La muchacha
Donde van los desaparecidos II.
Autor: Amalio Rodríguez Chuliá.
Ilustración: Amanda Paniagua.
Unas líneas para mi Boba Fett:
El geminiano entró en la caverna de Hook, un local pequeño y poco recomendable si quieres estar alejado de los problemas. Iba sin su yelmo, con la cara al descubierto y despojado de armas. Se sentó a una mesa y esperó hasta que alguien se sentó junto a él. Era alguien delgado, aparentaba mediana edad y bastante alto. Le miró y él le devolvió la mirada. Le entregó una célula de inteligencia. El geminiano la guardó en su mochila.
-No suelo usar ningún tipo de dispositivo.
-Este te hará falta cuando lo encuentres.
-No entiendo tu motivación. Hace un rato estaba con tus superiores pidiéndome que mate a ese muchacho y ahora tú quieres…
-No hablemos de ello. Haz el trabajo y serás recompensado. – Interrumpió el hombre delgado y luego se marchó del local.
El geminiano esperó allí sentado consumiendo algo de licor de Nuz. Cuando se lo terminó, se volvió a colgar la mochila, con la célula dentro y se dirigió al muelle 123 para embarcarse en la lanzadera que le llevaría a la Clarence Vön I.
De vuelta a casa pasé, sin necesidad de hacerlo, ya que no estaba en mi trayecto, frente a la casa de Ribard. Estuve allí, discretamente oculto, durante unos minutos. Algo no me cuadraba, ¿quién era aquella muchacha? ¿Por qué reaccionó como lo hizo cuando le hablé de ella? Demasiadas preguntas sin respuesta.
Cuando estaba a punto de volver a casa le vi salir. Era él. Con el uniforme de obrero de la empresa de teleportación. Empezó a andar hacia mí, sin darse cuentra de mi presencia, y cuando estaba a escasos metros, presionó su insignia de teleportación y desapareció frente a mis ojos para aparecer, supongo, en su trabajo.
Todos los empleados de industrias de teleportación contaban con un servicio gratuito de teleportación, como era normal, era una de las formas de pago, teleportaciones infinitas durante el tiempo que prestasen servicio a la compañía.
No sé cuál fue la razón, pero me acerqué hasta la puerta, era una puerta de seguridad media. Entrar no era difícil, si sabías cómo hackearla y yo, gracias a algunos amigos de la universidad, había aprendido más cosas que a terraformar planetas.
-Nulex, protocolo de consola.
Nulex abrió una pequeña pantalla frente a mí. Lo suficientemente discreta como para no llamar la atención. Introduje los códigos de desarrollador. Era una puerta de cristal de Vex de desarrollador universal. Los códigos estaban en acceso libre si sabías dónde buscar en la red de V.I.D.A.
Tras unos segundos y probar varios códigos, la puerta se desvaneció delante de mí y entré.
La casa olía mal. Muy mal. Era un olor extraño, como si hubiesen dejado carne fuera de la suspensión fría y se hubiese podrido.
Di un par de pasos, inseguro y asustado… ¡Estaba en casa de otra persona sin su permiso! Otro delito a mi lista. Pero claro, tras el supuesto asesinato esto no tenía casi importancia.
Al fondo del largo, casi eterno pasillo, se escuchaba un sonido extraño. Una mezcla de sollozos ahogados con interferencias de radiotransmisor.
Lentamente fui acercándome a la entrada de la habitación de la que procedía el sonido. Cada vez se escuchaba más fuerte, sin duda alguien lloraba, sin duda el tal Ribard no vivía solo.
Doblé la esquina y me encontré con una escena difícil de describir. Tan difícil como aterradora.
En el suelo, sobre una alfombra de color marrón roída por el tiempo, se levantaba una mesa en posición vertical de un material parecido a la antigua madera. De ella colgaban unas cadenas y atadas a éstas el cuerpo desnudo de una muchacha, con una mordaza anuladora de sonido – que sin duda funcionaba mal – y que al verme abrió tanto los ojos por la sorpresa que casi se le salen de las orbitas.
Me quedé paralizado. Era la muchacha que había visto en la ventana, la misma ventana que, tras ella, me mostraba el encuadre contrario al que se veía desde mi nueva casa.
Empezó a gritar tras la mordaza y, gracias a su mal funcionamiento, pude adivinar lo que decía: “¡Ayúdame!”
Salí de mi trance y me acerqué a ella. Intenté soltarle las cadenas, pero no eran cadenas normales, eran una especie de cadenas con un cierre extraño, como un cuadrado con un orificio y una barra en semicírculo que pasaba por dentro de una cadena y se cerraba al otro lado del objeto cuadrado. Imposibles de abrir.
Tras un par de intentos desistí.
La joven me hizo un gesto con los ojos como indicándome la mordaza. Se la quité de un tirón, ahí no hubo problema.
– ¡La llave! Está en el cajón. – Dijo acalorada.
– ¿Llave?
– ¡La del candado!
¿Candado? ¿Qué era un candado? Pronto lo descubrí. Ese objeto cuadrado era un antiguo sistema de seguridad. Imposible de hackear para alguien que no tuviera su código, en este caso una llave.
Abrí el candado y la joven se desplomó, literalmente, sobre mis brazos. Era la primera vez que tocaba a una mujer desnuda y os puedo asegurar que así no era como me había imaginado que ocurriría.
-Vámonos. – Susurró la muchacha mientras intentaba ponerse en pie.
-Tra, tranquila, tranquila. – Articulé nervioso mientras la sentaba en el suelo.
La muchacha me cogió de la solapa y con una fuerza impropia a una joven de su corpulencia me acercó a su cara y me dijo: “Sácame de aquí ahora”.
Me levanté y la puse en pie como pude. Ambos recorrimos el pasillo que nos llevaba hasta la puerta. Cuando pasamos por una habitación la muchacha entró en ella y empezó a registrar un mueble lleno de cajones.
Sacó un lanzador de campos de fuerza. Me lo entregó y cerró mi boca, ante una posible queja, con una mirada.
Seguimos hacia la puerta.
-¿Qué está pasando aquí?- Pregunté desconcertado.
-Sácame de aquí, sácame de aquí. – Repetía ella.
-Nulex, cubre su cuerpo y obedece a su voz por si quiere hacer modificaciones básicas.
La célula procedió al instante, recubrió su desnudez con un polímero blanco que se ceñía a su piel como si estuviera pintado sobre ella. Sé que no era el momento de pensarlo, pero no lo pude evitar; estaba mucho más sexy entonces que cuando estaba desnuda.
Al sentirse vestida adoptó una actitud más confiada, levantó la vista por primera vez y me miró a los ojos con un gesto tan cotidiano como extraño para mí, viniendo de una chica, por no ser muy diestro con las de su género. Creí ver una leve sonrisa, pero cuando iba a devolvérsela vi cómo le temblaban las piernas y la agarré con más fuerza antes de que cayera al suelo.
No tenía ni idea de lo que estaba pasando, pero, fuera lo que fuera, debíamos darnos prisa en salir de esa casa. Más tarde me enteraría, habría tiempo de que me pusiera al día.
Cuando estábamos a punto de llegar a la salida, vimos frente a nosotros como se materializaba Ribarb. Con actitud preocupada. Sin duda su célula le habría avisado de que algo raro pasaba en su casa.
Nuestra cara de asombro no era nada comparada con la suya. Casi sin tiempo a reaccionar se abalanzó sobre mí con tanta fuerza que ambos caímos al suelo y con nosotros el lanzador de campos de fuerza. La muchacha se quedó a un lado, apoyada en la pared, sin fuerzas y llorando.
El primer puñetazo fue tremendo, no el primero de esa pelea, el primero de mi corta, hasta entonces, lista de peleas. Directo al pómulo derecho, sus nudillos contra mi hueso cigomático, no sin antes reventar las venas de la piel que lo cubren y provocarme, más tarde, un buen moratón.
El segundo puñetazo ya le fue más difícil al oponer algo de resistencia. Me defendí como buenamente pude. Primero situé los brazos entre mi agresor y yo, para impedir sus directos a la cara, luego lancé algún ensayo de puñetazo, con pocos resultados, más allá del ridículo ante la muchacha y evidenciar ante Ribard que esta era mi primera pelea.
No así la suya, se le notaba un luchador experimentado, como acababa de comprobar mi riñón izquierdo gracias a un crochet de derecha que me dejó unos segundos sin respiración y recibiendo puñetazos sin parar.
Su uppercut a la mandíbula y un grito sofocado fue mi canto del cisne en el mundo de la pelea cuerpo a cuerpo. Lo que pasó después lo sé gracias a la muchacha y fue algo así.
Ribard, sentado sobre mí, me golpeaba mientras la muchacha, apoyada en la pared miraba sin apenas fuerzas.
Cuando acabó conmigo, se levantó y se acercó a la muchacha. La agarró de una muñeca y la llevó, entre sollozos, a esa extraña plataforma de torturas para encadenarla de nuevo. Ribard empujó a la muchacha contra la madera.
-¡Quítate esa ropa!-Le gritó.
Y entonces sucedió lo inesperado.
-Nulex. Envuelve su cara. – Dijo la muchacha.
Ribard no entendía muy bien la orden que acababa de dar. El polímero creado por Nulex para cubrir su cuerpo desnudo salió despedido hacia la cara de Ribard quién, con ojos de pánico, se intentó zafar del velo que mi célula, a la que había ordenado que obedeciera a la muchacha en ordenes básicas, había creado para envolver su cara y con ella sus vías respiratorias, tal y como ella le había indicado.
El grotesco cuerpo sin rostro de Ribard iba de un lado a otro de la habitación intentando, sin éxito, deshacerse del polímero. Era una imagen angustiosa de no ser porque el protagonista de aquella situación, como sabría más tarde, merecía ese castigo y mucho más.
Desperté con los puntos de sutura aplicados por Nulex, a quien ella le había ordenado que me realizara los primeros auxilios.
Me levanté y vi a la muchacha, sentada frente a mí.
Estaba desconcertado y dolorido.
-¿Qué ha pasado?- Acerté a preguntar.
-Que me has rescatado. – Dijo ella sonriendo.
Tras unos segundos de silencio me acompañó hasta una pequeña habitación donde había un dispositivo de regeneración de V.I.D.A. Me tumbé dentro y tras un par de minutos mis heridas estaban completamente curadas, como si nada hubiera pasado, pero como si me hubieran dado, como habían acabado de hacer, una brutal paliza.
Nos sentamos frente al dispositivo y la muchacha me contó que llevaba encerrada tras esas paredes 22 años. ¡22 años! El tiempo que me dijo Héctor que hacía que Ribard se trasladado a esa casa. Pero, ¿por qué?
La secuestró Ribard cuando volvía de la Universidad V.I.D.A. 340, una tarde. Desde entonces nunca más volvió a ver el sol directamente. Ayer fue el primer día después de tantos años. La ventana se abrió repentinamente y ella, que no estaba atada, como solía ser habitual, aprovechó para asomarse, fue cuando la vi. No tenía intención de saltar, simplemente quería volver a sentir el sol en su cara, la brisa, sentir brevemente que volvía a ser libre, pero Ribard, una vez más se lo impidió.
La muchacha también me dijo que ella no había sido la única que había sido esclava de Ribard, hubo otras, pero él se cansó pronto de ellas y pasó de ser un secuestrador y violador a un asesino. Con el paso del tiempo ella se había acostumbrado y había aceptado su destino, pero tenía planes para acabar con su vida y lo habría hecho de no ser porque él la encadenaba tal y como yo la había encontrado, cada vez que salía al trabajo. “Ellas, al menos, pudieron huir de esto”
Noté en el tono de sus palabras que, en cierto modo, las había llegado a envidiar, aunque fuera de la peor forma posible, habían dejado de sufrir lo que ella, durante 22 años había soportado.
Me quedé impactado ante la confesión de la muchacha. Por la mente se me cruzó una frase de pronto, sin sentido, una frase que resolvía un misterio que recorría nuestra sociedad desde hacía siglos así que a sitios como este es donde van los desaparecidos. Esa larga lista de personas que un día, como por arte de magia, dejan de formar parte del mundo perfecto de la corporación y nunca más se vuelve a saber de ellos. Están en sitios como este. En casas de psicópatas, esclavizados, sirviendo a los deseos de alguien tan trastornado que es capaz de convertir la vida inmortal de alguien en una eternidad de sufrimiento. Solo pensarlo me hizo estremecer.
Cuando terminó de contarme su historia le pregunté si quería ir a ver a sus padres, pero ella me dijo que hacía años que sus padres habían abandonado la nave-mundo, se lo dijo Ribard. Se aseguró de buscar información al respecto y le mostró su casa, ahora, ocupada por otras personas. Una forma más de tortura de las muchas que había empleado con ella en aquellos horribles años de cautiverio.
No tenía dónde ir, así que la invité a quedarse conmigo un tiempo. Hasta que llegásemos a destino, entonces cada uno cogería un camino.
Salimos de la habitación y le pregunte por Ribard, ¿dónde estaba ahora? Me respondió que estaba con su jueguete favorito. No la entendí bien. Hizo un leve movimiento con la cabeza indicándome la dirección de la estancia donde la encontré a ella hacía unas horas.
Entré y en el centro seguía ese extraño elemento de tortura, pero encadenado a éste ya no estaba ella, sino Ribard.
Desnudo, con el dispositivo de anulación sonora tapándole la boca, encadenado a la madera, con los candados cerrados a las cadenas y éstas alrededor de sus tobillos y muñecas.
Sus ojos solo tenían un sentimiento fácilmente identificable. Más allá de la rabia que sentía por ella, por mí, más allá del odio, más allá de la desesperación, tras aquellos ojos el sentimiento más fácilmente reconocible, tal vez el único, solo era uno, el mismo que durante 22 años había sentido la muchacha día tras día. Ese sentimiento era el miedo.
-Llamaremos a seguridad para que proceda con su detención al salir. -Dije inocentemente.
-No. No llamaremos. Le dejamos aquí. – Dijo la muchacha mirándo a Ribard a los ojos.
Me pareció bien y más cuando escuché los gritos sofocados por el anulador de sonidos de Ribard al descubrir que ella no quería justicia quería venganza.
Me di la vuelta, me dirigí a la puerta con ella y cuando estábamos a punto de salir de lo que fue su cárcel le hice una pregunta.
– ¿Cómo te llamas?
Su cara esbozó un gesto, como el de quien ha perdido algo e intenta recordar dónde lo había dejado, y sus ojos se empezaron a humedecer.
-No, no me acuerdo.
Sacó las llaves de los candados que llevaba en los bolsillos del mono de trabajo que le había cogido a Ribard para vestirse con algo y las lanzó al depurador de residuos situado junto a la puerta. Al entrar por su apertura sonó el típico chasquido que indicaba que los rayos habían convertido el material lanzado en partículas.
Me miró a los ojos y secándoselos con el dorso de la mano me dijo:
–Llámame Cadena.
Cadena salió a la calle y yo con ella y en ese mismo instante, al verla de pie, con los brazos extendidos, el pelo suelto, el mono abierto hasta el ombligo y recibiendo su tan deseado sol en la cara, supe que tenía un nuevo problema que sumar a mi ya larga lista: me había enamorado.

VI
El malo
Malísimo.
Autor: Amalio Rodríguez Chuliá.
Ilustración: Almudena Yagüe.
“¡Corre, corre, corre, corre!” Básicamente en eso pensaba mientras escuchaba silbar las trazadoras del láser del arma de mi perseguidor sobre mi cabeza. Matarme no me iban a matar, pero me dejarían lo suficientemente aturdido como para meterme en el interior de su nave y llevarme ante el JIS. Ellos ya se encargarían de ejecutarme con alguna de sus prácticas habituales, a cuál menos indolora y más civilizada, pero ejecutarme, al fin y al cabo.
Me agaché para protegerme y abracé a Cadena, justo cuando noté el frío metal geminado rozándome la sien. Ya está, se acabó. Este era…un segundo. No sabes de qué te hablo. Recapitulemos.
12 HORAS ANTES
Cadena se tumbó en la cama de mi apartamento y se durmió casi inmediatamente. Aproveché ese momento de paz para intentar ordenar un poco todas mis ideas en la cabeza. Desde que había salido precipitadamente de mi casa habían pasado tantas cosas que no creía haber tenido tiempo suficiente para hacer un pequeño análisis y ese era el momento.
Activé a Nulex y le pedí que materializase un papel de pantalla sobre la mesa. Cuando lo hizo cogí un lápiz de contacto de la mesa del escritorio y empecé a escribir:
– Ir a vivir con “mamá” – Hecho.
– Que te acusen del asesinato de tu padre – Hecho.
– Huir de Marte – Hecho.
– Que contraten a un caza recompensas para que me capture – Hecho.
– Descubrir la guarida de un psicópata – Hecho.
– Rescatar a su víctima – Hecho.
– Enamorarme – Hecho.
– Ser correspondido – …
Borré la lista casi al tiempo de escribir el último punto. No quería que Cadena se despertase y al encontrar la nota descubriera que yo estaba más loco que su anterior “compañero” de piso.
– Chaval. – Gritó Héctor al materializarse frente a mí desde el Nulex.
– ¿Qué fue de los tiempos en los que cogías la llamada si querías y si no, no? – Dije dándomelas de más mayor de lo que era.
– No tengo ni idea, no viví esa época. Bueno, te cuento…
– No grites. Está durmiendo.
– ¿Quién? – Preguntó sorprendido el gobernador.
– Da igual. ¿Qué quieres? – Pregunté y luego añadí – ¡No me jodas!
Ok, entre ese “¿Qué quieres?” y ese “¡No me jodas!” pasaron unos minutos, de ahí ese “luego”. Los suficientes minutos como para que Héctor me dijera que tenía que salir de esa casa inmediatamente porque me habían encontrado. Héctor me había prometido que allí estaría seguro y que el geminado no me encontraría, pero me había encontrado.
– ¡No me jodas! ¿Cómo es posible? – Grité sin que me importase despertar a Cadena.
– Yo tampoco lo entiendo, Jan, pero no quiero que te preocupes. Tendrás una escolta durante tu estancia aquí. No podrá rastrearte durante el tiempo que estés aquí.
– Sí, lo mismo me dijiste la última vez. ¿Por qué me tengo que fiar ahora? ¿Cómo sé que no me va a encontrar y entregar a la corporación?
La puerta se abrió sin que yo se lo hubiese ordenado y un soldado de la Clarence Vön I entró. Era un tipo alto, muy alto, tal vez demasiado. De anchas espaldas bajo el exoesqueleto y una actitud confiada que subrayaba la afirmación que acompañó su entrada.
– Porque yo te lo aseguro.
– Este es Hugo…
– ¿Todos vuestros nombres empiezan por h? – Interrumpí no muy oportunamente.
– Esto, no…- Carraspeó Héctor y prosiguió. – Hugo es mi hombre de confianza. Estará a tu servicio el tiempo que estés aquí. Será tu sombra. Donde vayas él irá y hagas lo que hagas lo sabrá. Nada te va a pasar, es mi mejor hombre y tengo la seguridad de que nada te ocurrirá cuando llegues a tu nuevo hogar. Hugo está entrenado en las principales técnicas de combate cuerpo a cuerpo, con dispositivos ruborizados, exoesqueletos, armas y…
La conjunción copulativa se quedó en el aire justo el tiempo que tardó en caer al suelo el cuerpo inerte del gran soldado Hugo. Una bala de láser sólido atravesó su frente, algo que descubrí al acercarme sorprendido y ver el suelo al otro lado de su cabeza.
– Sal corriendo. Te envío las coordenadas a tu célula. Nos reuniremos allí en cuento llegues. Te envío refuerzos ahora y, por favor, que no te maten. Eres demasiado importante.
La imagen de Héctor se desvaneció y yo me quedé petrificado frente al cuerpo de Hugo. No se me ocurrió otra cosa que salir hacia la habitación, despertar a Cadena, explicarle que había ido a parar a la casa menos tranquila del vecindario y salir corriendo.
Cadena paso junto al cadáver de Hugo y, casi instintivamente, le arrancó el arma de sus frías manos. Se la echó al hombro y la dejó colgar de su correa. Yo, más torpe en general, no pude más que admirar su acto reflejo y dirigirla hacia la zona baja de la casa. Allí, como Héctor me había comentado días atrás, había una salida oculta que, por medio de túneles, nos llevaría hasta el bosque.
Corrimos por ella mientras escuchábamos la llegada de las unidades de los soldados enviados por Héctor y el intercambio de disparos con el geminiano. Consulté el Nulex y le pedí que nos sirviera de navegador para llegar hasta el punto indicado por Héctor para reunirnos. Pero hizo algo mejor; se transformó en una nave biplaza, en forma de esfera. Nos acogió dentro y se adaptó a nuestros cuerpos para dejarnos sentados en su interior. Una vez dentro y a una velocidad controlada fuimos escapando de la zona de combate en la que se había convertido lo que hasta hacía unos minutos era nuestra calle. Fue en ese trayecto hasta el lugar seguro cuando pude poner al día de todo a Cadena.
– ¿No te sorprende la historia? Pregunté ante la falta de reacción de Cadena.
– He pasado 22 años secuestrada en la casa de un puto loco. No pidas que me sorprenda por una historia como esa. Lo que me fastidia es que podría haberme topado con alguien más normal. Y estoy hablando de ti, no de Ribard. – Aclaró.
– Ya, bueno, lo siento.
– Bien, y ¿qué podemos hacer?
– Lo que diga Héctor.
– No me tomes el pelo. Héctor puede ser tu amigo, pero es un inepto. No solo ha dejado que matasen a su “mejor hombre” como me has dicho, también ha permitido que tu vida corra peligro. Si de verdad eres tan importante como dice tu padre, bueno, el holograma de tu padre, yo te habría llevado a una instalación militar, no a una casa cualquiera donde, como has visto, te puede encontrar ese caza recompensas. No hay que ser muy listo para adivinar que alguien de confianza de Héctor está chivando todos tus movimientos, eso si no es el propio Héctor.
– No, de ninguna manera, él no es. Pero, vale, dime, ¿cuál es tu plan?
– Escucha.
Cadena tenía razón, pero su plan era tan descabellado que seguirlo al pie de la letra podría significar mi, su, nuestra muerte. Aunque, claro, ¿qué teníamos que perder?
Nulex corrigió el rumbo tal y cómo le indicó Cadena, a quién aún no le había revocado la capacidad de poder ordenarle cosas a mi célula.
Llegamos al lugar indicado por Cadena. Nulex nos liberó de su suave abrazo esférico y adoptó su pequeña forma de canica habitual, y me lo introduje en el bolsillo. Cadena se acercó a la puerta de aquel lugar, era una casa antigua, debía tener más de dos siglos, seguro. Estaba completamente destrozada. Me acerqué por detrás de ella y contemplé su interior. La puerta estaba hecha añicos, era una vieja puerta de metal videriano, de esas que se suelen ver en los museos; enormes y que parece que para abrirlas se necesite la fuerza de 20 personas. Entramos e inmediatamente Nulex salió de mi bolsillo para iluminar la estancia. Lo que se descubrió ante nuestros ojos era espectacular. Una sala circular con cuadros en las paredes. Algunos lacerados por el paso del tiempo, otros en sorprendente perfecto estado. En el techo una pintura conmemorando la construcción de la Clarence Vön I. Gente despidiéndola en lo que parecía su flotadura. Una enorme ciudad flotante partiendo de una inmensa plataforma ubicada en Marte. El sol al fondo iluminando la escena. En el centro de la sala, justo donde nos encontrábamos nosotros, lo que en su tiempo fue una alfombra de pelo de Vuet negro. Cadena se dejó caer sobre ella y me invitó a hacerlo a su lado.
Me tumbé con la espalda contra la alfombra. El pelo de Vuet tiene la capacidad de absorber la humedad y regular tu temperatura. Así, podríamos estar a -50º pero nosotros, mientras estuviésemos sobre la alfombra estaríamos más a un máximo de 36º.
– ¿Cómo conocías este lugar?
– Mis padres me traían aquí de pequeña. – Dijo Cadena casi sin pensar.
– ¿De pequeña? Pero esto llevará abandonado como 100 años…
– Sí, me traían porque vivíamos cerca y, cuando pasábamos por aquí me llamaba la atención y quería verlo por dentro.
– Es brutal, la verdad.
– ¿A qué crees que se refería tu padre con eso de que lo llevas dentro puede acabar con V.I.D.A.?
– No tengo ni idea, pero te advierto que mi padre era un fan incondicional de Star Wars y Luke Skywalker.
– No sé quién es, pero tiene un apellido muy gracioso.
– No me lo había planteado nunca, pero sí, lo tiene.
– ¿Y qué tiene que ver él contigo?
– Espero que nada, pero mi padre me cree elegido para algo que no va a ser posible que realice.
– Confía en ti. – Dijo Cadena con tono somnoliento.
Giró su rostro hacia mí, me miró y sonrió antes de quedarse profundamente dormida. Yo la observé durante un instante (vale, fue más de un instante) y me dormí.
Desperté a las pocas horas, los nervios no me dejaban dormir. Ella, en cambio, descansaba plácidamente a mi lado, con el mismo gesto con el que se durmió.
Nulex, al que había advertido de que no admitiera llamadas, parpadeaba en rojo para indicar que, durante nuestro placentero sueño, alguien había intentado contactar conmigo varias veces.
– Activar archivo de mensajes.
– Hola, Jan, soy Héctor, aunque eso ya lo sabes porque me estás viendo. ¿Dónde demonios estás? ¡Dime que no te han matado! He activado la alerta 6 en la Clarence Vön I. La oposición se pregunta cuál es el motivo y ya no se me ocurren más excusas. Ponte en contacto conmigo, por favor.
– Conéctame con Héctor.
Nulex mostró el despacho de Héctor. Tras el escritorio el Gobernador leía un informe. Levantó la cabeza y me miró tan sorprendido como esperanzado.
– ¡Por dios Jan! ¿Dónde has estado? Te he buscado por toda la nave-mundo. – Se levantó y se dirigió hacia mi representación holográfica en su despacho. – Te daría un abrazo si no fueras una proyección. ¿Dónde estás?
– Bueno, no lo sé muy bien. Estamos… estoy, estoy en un edificio antiguo, parece como un museo, está devastado, abandonado, no sé…
– ¿La antigua delegación de la corporación V.I.D.A.?
– No sé. Míralo tú mismo.
Le abrí la visión de mi espacio para que lo identificase, pero sin poder ver a Cadena que dormía a mis pies sobre la alfombra.
– Sí, sin duda es la antigua delegación de la corporación. No te muevas de ahí, enviaré a los soldados a rescatarte.
– Gracias, Héctor.
Nulex se cerró y el gobernador volvió a su despacho. Se sentó y miró al frente. En un sillón, sentado y con actitud complacida estaba el mismísimo presidente de la Corporación.
– Nunca me lo perdonaré, Presidente.
– No tienes nada que perdonarte, gobernador… porque quieres seguir siendo el gobernador, ¿verdad?… ¡Ssssh! Era retórica.
El presidente se levantó del sillón y se acercó hasta la mesa de Héctor. Su barriga le quitaba toda credibilidad posible, parecía una caricatura de sí mismo. En una época fue un joven y delgado funcionario de la corporación que, poco a poco, fue medrando hasta llegar a ser elegido presidente de la corporación, un cargo por el que muchos luchaban y que pocos conseguían. El mandato no podía ir más allá de 500 años y el actual presidente, ese enano barrigón que se pavoneaba ahora frente a Héctor, ya estaba cerca de cumplir su mandato y dar el testigo a otro.
– Las licencias gubernamentales de las que disfrutan esta nave-mundo y otras se pueden revocar de un día a otro. Tu puedes mandar en este pequeño reducto del universo, pero recuerda que si lo haces es porque yo te dejo que lo hagas. Nunca, repito, nunca vuelvas a desobedecerme. No estás muerto porque me sigues siendo útil, pero tu familia no lo es…
– ¡No te atreverás! – Gritó Héctor levantándose de la silla.
– No, ahora no. Pero si vuelve a ocurrir algo mínimamente parecido y mis hombres aquí me informan, me aseguraré de que vivas eternamente, no sin antes ver como encierro a tu familia y acabo cada 50 años con uno de ellos frente a ti. ¿Verdad que me serás fiel?
– Sí, presidente.
– No llego a escucharte bien, tal vez sea la edad.
– ¡Sí, presidente! – Gritó entre sollozos Héctor.
– Perfecto. Ahora envía las coordenadas del lugar en el que se encuentra el muchacho al caza recompensas.
El presidente de la corporación se colocó en el centro de la sala y antes de pulsar su pin y teletransportarse advirtió a Héctor con una última frase.
– Y, Héctor, recuerda que eres tan poderoso como yo te dejo ser. No más. Así que si rezas por las noches, como siguen haciendo en algunos teoplanetas…deberías rezarme a mí.
La puerta de la antigua delegación de la corporación voló por los aires. El metal videriano saltó en mil pedazos cayendo sobre la alfombra en astillas tan finas y diminutas que, de haber estado allí, nos habrían atravesado el cuerpo completamente.
Tras la humareda de la explosión se adivinaba la figura del caza recompensas que se acercaba poco a poco hacia el centro de la sala. Entró esquivando restos de metal al rojo vivo y las zonas incendiadas de la alfombra. Se detuvo en el centro y cargó de nuevo su arma, lentamente, como si no tuviera prisa. Su yelmo relucía ante las pequeñas llamas de la alfombra. Cuando el humo se hubo disipado por completo el caza recompensas volvió a salir a la calle. Activó el zoom de su visera y detectó un movimiento al fondo. Justo donde Cadena y yo nos habíamos ocultado.
El plan de Cadena era claro; comunicarnos con Héctor para descubrir si alguien de su equipo nos estaba traicionando. La única forma posible era revelar nuestra ubicación, no sin antes huir de esta para que no nos localizasen, claro. Durante la charla con él, simularíamos, gracias a la realidad inversiva de Nulex, estar en el edificio, pero estaríamos bastante lejos de allí, aunque como acabábamos de descubrir, no lo suficiente.
Ya estaba claro, alguien del equipo de Héctor o, lo que era más decepcionante, el propio Héctor, estaba colaborando con la corporación. Ahora teníamos que huir y, bajo el fuego de láser, es lo que estábamos haciendo. Concentrados únicamente en correr.
“¡Corre, corre, corre, corre!” Básicamente en eso pensaba mientras escuchaba silbar las trazadoras del láser del arma de mi perseguidor sobre mi cabeza. Matarme no me iban a matar, pero me dejarían lo suficientemente aturdido como para meterme en el interior de su nave y llevarme ante el JIS. Ellos ya se encargarían de ejecutarme con alguna de sus prácticas habituales, a cuál menos indolora y más civilizada, pero ejecutarme, al fin y al cabo.
Me agaché para protegerme y abracé a Cadena, justo cuando noté el frío metal geminado rozándome la sien. Ya está, se acabó. Este era el momento. Cadena activó el pin que llevaba en la solapa, el que gracias a todos los dioses a los que seguían rezando en los teoplanetas le había robado a Ribard. En ese momento desaparecimos de delante del geminiano que, ante la frustración, se quitó el yelmo y lo lanzó de una patada lejos. Al hacerlo dejó al descubierto un bello rostro femenino de pelo rapado y ojos violeta. Evidentemente no era el geminiano, entonces, ¿quién demonios era? Y, yendo más allá ¿Dónde habíamos aparecido Cadena y yo? Porque aquel lugar, lleno de luz, con arena de playa y las olas de un mar de color turquesa rozando nuestros cuerpos, aún acurrucados, tal y como nos habíamos teletransportado a los pies del caza recompensas, aquel lugar, evidentemente, no era la Clarence Vön I.
– Bienvenido a mi planeta, Jan. – Dijo Cadena mientras se levantaba del suelo y me sonreía.

VIII
Soy un plan
Un planazo.
Autor e ilustrador: Amalio Rodríguez Chuliá.
El cuerpo de Cadena, con un impacto de láser geminiano en su pecho, cayó al suelo lentamente. Se había acabado de sentar sobre la cama cuando la puerta de la pequeña cabaña, que nos servía de refugio, se abrió de repente y vimos al geminiano. Pero eso fue hace una hora y no sería justo privarte de lo que ocurrió una hora antes de llegar a este punto, así que, tú que puedes, viaja en el tiempo.
UNA HORA ANTES
Estaba sentada sobre la cama mientras yo, con un papel que encontré en el suelo y un lápiz sacado de un cajón, dibujaba su rostro sin mucha precisión. Contorneé sus rasgos, sus ojos, su pelo, sus labios rojos y su nariz levemente respingona que tanta gracia me hacía. Dejé el dibujo sobre la mesa y ordené a Nulex que se abriera.
– Dime, Jan.
– Cuánto tiempo sin escuchar tu voz.
– Bueno, has tenido bastante lío como para ir molestando, ¿no crees? – Dijo socarronamente la célula.
– Sí, es verdad. Activa la presencia holográfica de mi padre.
La cochambrosa cabaña se convirtió de pronto en el salón de mi casa de la Tierra. Mi padre apareció al fondo, pasó junto a Cadena y la saludó cortésmente.
– Hola, Cadena. Soy el padre de Jan. – Dijo a una sorprendida Cadena.
El trasunto de mi padre se acercó hasta mí.
– Necesito que me digas qué es eso que dices que tengo dentro que puede desestabilizar a la corporación. – Dije levantando el tono.
– Me parece bien.
– Qué fácil ha sido. – Reconocí sorprendido.
– Verás, Jan. Dentro de ti no hay nada especial, nada que no tenga cualquier otro ser humano, no eres un elegido, esto no es El despertar de la fuerza. No eres Luke Skywalker.- Al escuchar el nombre Cadena soltó una sonrisita. Mi padre prosiguió. – Desde hace muchos años formas parte de un plan para derrocar a la corporación V.I.D.A.
– Vale, hasta ahí llego, pero, ¿qué es eso que llevo dentro?
– Tu ADN, Jan.
– No te entiendo.
– Espero que me entiendas y que no me desconectes tras confesártelo.
Me estaba poniendo nervioso, muy nervioso. Tanto que cuando me quise dar cuenta estaba intentando coger de la solapa inmaterial a mi padre.
– Siéntate, Jan. – Dijo el trasunto.
Cadena se acercó a mí y se sentó a mi lado, como intuyendo que la confesión de mi padre era tan impactante que me iba a desestabilizar… y lo hizo, claro, pero viajemos en el tiempo de nuevo, ya habrá ocasión de revelarte cuál es ese terrible secreto que se oculta en mi ADN y de sorprenderte, como yo lo hice, además de maldecir un millón de veces.
DENTRO DE DIEZ MINUTOS
La puerta de la cabaña se abrirá bruscamente y el cuerpo alto y robusto del geminiano aparecerá al otro lado. Cargará un rifle láser con el que nos apuntará a Cadena y a mí. «¡No dispares!» Gritaré acojonado demostrando mi valentía. El geminiano se enfundará el rifle a la espalda y se quitará el yelmo. Su rostro será el de un anciano, o al menos eso nos parecerá. Es un naturista. Cadena y yo nos quedaremos mirándole con cara de sorpresa. Creo que será el primero que veamos, al menos estoy seguro de que será el primero que veré yo. ¿Envejecer y morir en un mundo inmortal? ¿Qué tontería es esa?
– No voy a matarte, chaval. No me pagan para eso. Me pagan para llevarte con vida de vuelta a la Tierra. En cambio sí me pagan por matarla a ella.- Dirá el geminiano.
– ¿¡Ella!? Pero si ni siquiera saben quién es, no ha hecho nada. ¿Por qué?
– No lo sé. El tipo que te quiere con vida la quiere a ella muerta. Es mi trabajo, chaval, he cobrado y tengo que hacerlo.
– Iré contigo, pero no la mates, por favor.
– Un geminiano cumple con su palabra.
El geminiano volverá a sacar el arma y cuando se disponga a apuntar a Cadena, la imagen de mi padre se formará frente a él. Al hacerlo, el geminiano dará un paso atrás y casi caerá al suelo, pero no lo hará. Su gesto de sorpresa no estará motivado únicamente por la aparición de esa figura frente a él, también y sobre todo, porque la reconocerá. Sabrá quién es. Se conocían bien o al menos se conocieron hacía años.
– Maldito mamón, me has… – Bramará el geminiano.
– Disculpa, amigo, pero era la única forma de parar esto.
– ¿Qué demonios pintas tú aquí? – Preguntará el sicario.
– Hace mucho que no nos vemos.
– Desde la primera rebelión del consejo de la corporación. Desde la marcha de Mrck y mi salida de allí, antes de ser naturista.
– ¿Recuerdas?
– Claro, pero, ¿qué tiene que ver eso con este chaval?
Tengo que ver y mucho. Ahora el tiempo se funde, el pasado, el futuro y el presente por el que has estado viajando en mi relato se van uniendo poco a poco hasta descubrir quién soy, qué soy y cuál es mi papel en esta historia.
HACE DIEZ MINUTOS
– Jan, un grupo de altos cargos de la corporación nunca estuvo de acuerdo con algunas formas de obrar de la compañía. Entre ellas convertirse en algo más que una simple empresa interestelar. No queríamos que dominasen el universo, queríamos formar parte de él. Pero otros, entre ellos el actual presidente no estaba de acuerdo con nuestra forma de ver V.I.D.A. Entonces nos rebelamos, unos, como yo, de forma encubierta y otros dando la cara. En un momento de nuestra rebelión contra la corporación, cuando vimos que nunca podríamos vencer, decidimos hacer algo, no sé si éticamente correcto, no sé sí moralmente aceptable, pero algo que teníamos que hacer…
DENTRO DE DIEZ MINUTOS
– Jan es la persona que nos va a liberar de la corporación. Él es quien va a poder derrocar al presidente de V.I.D.A., para él hemos estado trabajando todos estos años en la sombra. Le necesitamos, no podemos entregárselo a la corporación, le matarán…
HACE DIEZ MINUTOS
– …Tu madre no es mala, Jan. Ella simplemente estaba en contra de que hiciera lo que al final hice, hicimos. Eso nos distanció, nada más. Te lo digo antes de revelártelo todo porque quiero que entiendas que ella, a su manera, te ama. Quiero que sepas que tuvimos que hacerlo, era la única forma…
DENTRO DE DIEZ MINUTOS
– …para acabar con este sistema de gobierno totalitario solo una persona podía lograrlo, lo sabíamos entonces y lo sabemos ahora. El único era y es el propio presidente. Pero él no iba a hacerlo, claro que no. Así que tuvimos que tomar una decisión…
HACE DIEZ MINUTOS
– …Acabar con la corporación es imposible, Jan, si no se hace desde dentro, si no cuentas con el apoyo de alguien muy poderoso dentro de la propia estructura, pero aun teniendo ese apoyo, solo el propio presidente tiene acceso a los distintos niveles de seguridad de V.I.D.A…
DENTRO DE DIEZ MINUTOS
– … ¿Teníamos que acceder a él para intentar atraerlo a nuestra lucha? Eso, bien lo sabes, era imposible, por eso se me ocurrió aquella estúpida idea, tú estabas en esa reunión en la que lo decidimos.
HACE DIEZ MINUTOS
– …, pero sabíamos que eso era imposible, así que se me ocurrió una idea, una locura. Algo inmoral, pero cuya pregunta no dejaba de atormentarme día y noche. ¿Y si pudiésemos obtener el ADN del presidente?
– No.
DENTRO DE DIEZ MINUTOS
– Conseguir el ADN del presidente fue algo fácil para mí que trabajaba con él casi a diario, y con ese ADN, que nos abriría todos los accesos al edificio de la corporación, conseguir lo imposible hasta ese momento para todos los que nos oponemos a V.I.D.A.
HACE DIEZ MINUTOS
– Conseguir el ADN fue fácil, Jan. Secuenciarlo, duplicarlo y todo el proceso de laboratorio lo fue. El proceso humano fue lo más complicado.
– No, no.
DENTRO DE DIEZ MINUTOS
– Convencer a mi mujer fue lo más difícil, ya lo sabes, pero al final aceptó, aunque nunca lo entendió.
HACE DIEZ MINUTOS
– Tu madre nunca quiso, Jan…siempre se negó. Pero llegó un momento en el que…bueno, fue lo último que hizo por mí y no se lo reprocho.
– ¡No!
DENTRO DE DIEZ MINUTOS
– Vivir como una familia hasta que ese niño tuviera una edad suficiente como para entrar a formar parte de V.I.D.A. y destrozarla desde dentro no era un problema, pero entonces llegó la guerra en el seno de la corporación…tu salida de allí, la huida de Mrck y la muerte de tantos compañeros y así el plan de derrocarla desde dentro con un…, con Jan, se vino abajo.
HACE DIEZ MINUTOS
– Vivimos durante años como una familia más, Jan, pero porque lo éramos…
– No, no. Dime que no soy un puto…
– Era el único camino…
– ¿¡Me estás diciendo que mi vida es mentira!?
– No, Jan, claro que no…
– ¿Que todo lo que he vivido es una excusa para acabar con la corporación?
– No digas eso…
– ¿Me estás diciendo que soy un puto…?
DENTRO DE DIEZ MINUTOS
– Él es aquel niño, amigo. Él es el producto de nuestro trabajo durante años, él es nuestra única esperanza ahora. Y este es el momento. No se lo puedes entregar.
– ¿Este niño es el…?
AMBOS, A LA VEZ, EN DISTINTOS PLANOS TEMPORALES
– ¿…clon?
AHORA
El geminiano guardó de nuevo su arma y escuchó lo que tenía que proponer la copia holográfica de mi padre. Básicamente consistía en simular la muerte de Cadena utilizando el generador de espacios holográficos del Nulex.
El presidente de la corporación no sospecharía. Respecto a no entregarme a él, el geminiano tenía otro plan que consistía en sí entregarme. Esa era la única forma de conseguir llegar al edificio de la corporación, pero yo tenía otra idea en mente. Le di el Nulex a Cadena, no quería volver a saber nada de mi padre o mi creador y él estaba ahí dentro.
– Nulex, eres propiedad de Cadena, obedece a todo como si fuera yo quien te lo ordena.
– Llévatelo, Jan. Te podría hacer falta. – Me dijo Cadena.
– Volveré a por ti. Te lo prometo. – Le dije, sin albergar mucha esperanza de poder cumplir la promesa.
Cadena sonrió y me mostró el dibujo que había hecho de ella.
– Me lo quedaré para que vuelvas a por nosotras.
Acercó sus labios a los míos y me besó con ternura. Ambos nos miramos y sonreímos con tristeza.
El geminiano transmitió la grabación donde Cadena moría y añadió al mensaje un audio en el que se le escuchaba decir: “Lo tengo”.
Subimos a la nave, el geminiano, que seguía con el yelmo en la mano miró hacia la cabaña antes de cerrar la compuerta. Junto a la orilla Cadena miraba a la nave, igual que años atrás miró a aquella otra nave que venía para cambiar su vida por completo.
La nave geminiana se elevó y, a los pocos segundos, desapareció de la atmósfera de Muney. Pasaría bastante tiempo hasta que volviese a ver a Cadena. Ahora tenía que aclarar mi cabeza, en un día había descubierto que no era quién creía ser, era un puto clon. Eso soy, un clon. Una forma de vida creada a imagen y semejanza del presidente de la corporación para poder tener acceso, gracias a mi ADN, a todo el edificio de V.I.D.A. y acabar con ella desde dentro. Desactivar la fuerza militar robotizada de la corporación para destruir sus defensas y tomar el control de V.I.D.A… dando paso franco a los rebeldes.
En unos minutos había descubierto que no soy una persona. Soy un plan.

IX
Mrck
La Fénix negra.
Autor invitado: Javier Pilar Gallego.
Ilustración: Mariano Saura.
CADENA.SALA GOLDEN. APACHESPACE. MUNEY. 32:78:26 PM
Ribard apareció ante sus ojos de forma súbita. Podía sentir su mirada asesina y su rabia. Las venas enrojecidas de sus ojos, por el alto consumo de bergium, lo hacían más horrible aún. Pero no era eso lo que más la rallaba, lo más alucinante era ver a su lado, sonriente como si tal cosa, a Jan. Sí, a mí.
La flanqueaba a su derecha y Ribard a la izquierda. Así, agarrada fuertemente por los brazos, fue llevada hasta el ascensor que daba acceso al ático de Funky Cold Medina, el contrabandista más despiadado de todo Muney.
– ¿Lista para la conexión? –le preguntó Ribard con sorna.
– Totalmente –respondió, mientras se estremecía ante la visión de sus escoltas.
“La conexión” era un eufemismo que se usaba dentro del Apachespace, el local de moda en Muney, y centro de todas las operaciones ilegales del planeta. Uno de los escoltas pasó su mano delante de una luz que zumbaba en color violeta para contactar con Funky Cold Medina, si él no respondía se daba por hecho que no eras de su agrado, y eso significaba tu expulsión del Apachespace para no volver nunca más. Tu resgistro de ADN se marcaría como inaceptable en el lugar y nunca podrías volver a cruzar su umbral.
Tras diez segundos que parecieron eternos, y en los que pudo escuchar como sus escoltas cargaban al 100% las baterías de los tasers, el holograma de Funky apareció flotando delante de su cara.
– ¡Hey! ¿Cómo estás? Me agrada tu forma. Adelante, sube nena. –Soltó Funky, para luego desaparecer.
Al momento los trasuntos de Ribard y yo la soltaron, y comenzaron a disolverse hasta tomar una forma humanoide multicolor. En realidad, eran dos axiformes de la nebulosa Ra-µ, capaces de adquirir cualquier personalidad grabada en el campo emocional del sujeto al que tocaban. Ver cómo se disolvían los dos hombres más importantes –por razones totalmente contrarias- de su vida, mientras ascendía dentro del ascensor de cristal de Vex, hizo que se sintiese como si alguien pisotease su tumba.
JAN.INTERESPACIO 2.000.000.000 PARSECS X MINUTO
Unas ganas enormes de gritar, de llorar, de patalear, de destruirlo todo corrían dentro de mí. Qué mal se siente uno cuando la versión holográfica de alguien que creías era tu padre, te cuenta que tú tampoco eres una versión original. Para arreglarlo había sido cazado por el geminiano que iba a entregarme al presidente de V.I.D.A. lo cual –paradójicamente- sería mi muerte… o no. Porque parecía que tenía benefactores ocultos, pero ya no podía fiarme de nadie y mi cabeza zumbaba dolorida. Qué curiosa es la vida, con toda la mierda que tenía encima, solo podía acordarme de Cadena y de cómo demonios podría volver a su lado.
MRCK.BAR CLUB. APACHESPACE. MUNEY. 30:65:26 PM
El Apachespace era un club mítico. Una representación idéntica de las olvidadas discotecas terráqueas que estuvieron de moda allá por el lejanísimo año 2.000. Funky Cold Medina, el contrabandista más peligroso de todo Muney, se había entusiasmado con la idea de recrear ese lugar y se había gastado un auténtico dineral en ello.
Mrck entró al local con Vorg, un gulna de 4 metros de altura, de la luna de Kor, y con la intención clara de cogerse un buen pedo de Massa, la planta exótica más cara del planeta Lunpem. Vorg y ella brindaron por “su modo de vida”, como les gustaba llamarlo, y bebieron sin descanso. Antes de quedar inconsciente del todo un recuerdo afloró en su mente. Algo que no había logrado borrar del todo.
Ahora, en su ensoñación etílica, no era una contrabandista de Muney, sino una floreciente directiva de la corporación V.I.D.A. que formaba parte de la resistencia oculta que pretendía acabar con su monopolio intergaláctico. El plan, algo que rebasaba todas las fronteras éticas de la galaxia: generar un clon de Altus Duck-hwan XIX, el presidente de V.I.D.A.
La idea surgió en un vuelo-mente conectada a mi padre, Lousntak Kanata, el Primaingeniero de energías puras en V.I.D.A.Pero todos le llamaban Lou. Ambos llevában años preocupados por la transformación de V.I.D.A. en algo muy lejano al significado original de aquella palabra, pero no encontraban manera de pararlo. Fue fusionando sus mentes cuando hallaron la manera de introducir un caballo de Troya (Yo) en la presidencia de V.I.D.A., algo literalmente imposible.
La guerra que la corporación emprendió contra aquellos miembros que no estaban de acuerdo con el presidente provocó la salida de Mrck de los despachos de la zona alta de la corporación, ya que sintió que su vida corría peligro si se quedaba allí. Así fue como se enroló en la armada de V.I.D.A. Más tarde, en el fragor de las batallas del cinturón estelar exterior, fue fácil fingir su muerte y acabar olvidada en medio de Muney.
El recuerdo desapareció del todo y cayó inconsciente, muy, muy borracha.
JAN.INTERESPACIO 2.000.000.001 PARSECS X MINUTO
– ¿Cómo puede un naturista ser caza recompensas? No le veo sentido alguno –espeté al geminiano, que dominaba su nave con el poder de su psique.
-Últimamente nada tiene sentido por aquí. No sé si te has dado cuenta –me respondió frío como el hielo.
-No has respondido a mi pregunta.
-¿Quién sino un naturista puede ponerle precio a una muerte?
-Visto así… ¿Y alguna vez has… por decirlo suavemente… dejado de cumplir tu misión?
-Una vez.
-¿Quién fue el afortunado?
-Tú. Y ahora calla. Debo concentrarme o acabaremos en otro sistema.
El geminiano volvió a concentrarse en dirigir su nave entre sistemas y nebulosas con destino a la sede central de la corporación.
CADENA.ÁTICO. APACHESPACE. MUNEY. 33:01:18 PM
El olor a wholeq llenaba el ambiente del ático de Funky. Solo oler aquella sustancia enteogénica provocaba efectos diversos. El wholeq es un elixir sagrado de los Ñatüssi sacado de sus excrementos y se usa en sus rituales por los tecno-chamanes, para borrar las grabaciones traumáticas de las vidas eternas. Se rumoreaba que al inhalar aquello uno no podía evitar saltar como un jambo y hablar al revés, pero yo nunca me lo había creído.
Recibieron a Cadena dos asesinos del sistema cárcel Volutu 2 – miembros de la guardia personal de Funky-, su aspecto era terrorífico, la llevaron hasta Funky, que flotaba sobre una pequeña plataforma antigravitatoria delante de una pantalla de teleportación espacial, que le hacía surfear prácticamente por cualquier playa del universo conocido.
-¡Hey, nena! Toma asiento y dile a Funky qué necesitas –dijo, mientras sorteaba una ola gigante del planeta Hulu.
Cadena cometió el error de respirar y…
-Evan anu raliuqla oreiuq –acertó a decir, mientras saltaba repetidas veces moviendo los brazos a lo loco y frotando su culo contra la pelvis de los asesinos volutianos.
-No te entiendo nena, no me hagas perder el tiempo o tendré que decirles a mis amigos que te provoquen un dolor máximo.
– ¡Atagord otidlam, evan anu oreiuq! –respondió gritando.
– ¿Te estás riendo de mí, nena? Te aseguro que tu vida pende de un hilo.
-No, Funky… –tragó saliva recuperando su forma de hablar normal y colocándose la ropa, tras expulsar todo el wholeq de un soplido- vengo a alquilar una nave para salir de Muney. Necesito que sea un buque que no esté en las bases de datos de la corporación.
– ¡Elbisopmi se, anen, adreim al a etev! –respondió Funky, tras inhalar una cantidad ingente de wholeq, que habría tumbado a un vuma adulto y frotarse su miembro con las caras de su guardia pretoriana.
– ¿Entiendo que eso es un sí?
-Eso cuesta más de lo que, creo, puedes pagar –dijo Funky, recuperando su funcionamiento normal.
Puso su – bueno mí, aunque ya no porque se lo di – Nulex entre los dos flotando y Funky se quedó hipnotizado.
– ¡Un Nulex! Mmmmmm hacía tiempo que no veía uno así. Es de un alto directivo de la corporación, ¿verdad?
-Es y punto. ¿Lo quieres? ¡Dame una nave!
-Lo quiero y nadie da órdenes a Funky Cold Medina.
Miró a sus sicarios y con un gesto imperceptible acataron su orden. Sacaron sus tasers y dispararon a Cadena. La fortuna quiso que inhalase unas volutas de wholeq y, de un salto, se subiese encima de la barra del bar que tenía instalada allí Funky. Los volutianos volvieron a dispararle mientras veía a cámara lenta como Funky gritaba un “Noooooooooo”, que se alargaba eternamente. Detrás de ella, Funky tenía guardados varios toneles de Meta-Golem, la sustancia más volátil de Muney…
MRCK.BAR CLUB. APACHESPACE. MUNEY. 33:04:17 PM
Una explosión tremenda voló el ático de Funky Cold Medina y despertó a Mrck de su borrachera. Vorg interpuso sus 4 metros para protegerla y evitar una muerte segura. Mientras veía cómo su descomunal amigo caía sobre ella pensó que, realmente, cualquiera de los allí presentes podía haber perpetrado ese atentado ya que Funky era odiado por todas las bandas del planeta. lo que estaba claro es que, fuera quien fuera el cumpable, ese atentado provocaría una guerra de criminales en Muney de escalas inimaginables.
Muney acababa de dejar de ser un sitio seguro y agradable para Mrck.
CADENA.ÁTICO. APACHESPACE. MUNEY. 33:04:65 PM
El ático de Funky ardía en llamas, mientras Cadena flotaba a salvo dentro del Nulex. Se había activado el airbag energético y la había salvado una vez más. Todo a su alrededor estaba aniquilado, menos una caja negra situada al fondo, dentro de una pared que ardía y se resquebrajaba. Ordenó a Nulex que se acercase a la caja y la introdujese dentro del espacio protegido donde ella se encontraba. Así lo hizo. La caja era un dispositivo de archivo de Funky. Accedió a los documentos privados de Cold Medina. Ahí estaba todo lo que necesitaba para hacerse con una nave y salir de ese planaeta para, como se había propuesto cuando me vio partir; hacer por mí lo que yo había hecho por ella: rescatarme.
Repasó varias naves, descartó la mayoría por exceso de tamaño o poca velocidad relativa y finalmente se fijó en un buque galáctico que se amoldaba completamente a sus necesidades, aunque sigo pensando que la eligió porque le gustaba el nombre: La Fénix Negra. Un navío de guerra con los avances y el armamento más completo del planeta.
MRCK.BAR CLUB. APACHESPACE. MUNEY. 33:05:11 PM
Apartó el cuerpo inerte de Vorg y una lágrima surcó su rostro. A su alrededor, los pocos supervivientes que quedaban se miraban sin fiarse un pelo unos de otros. Bastaron dos segundos para que las balas trazadoras taser surcaran el local, convirtiendo ese club en un infierno. Poco a poco fueron quedando menos contrabandistas vivos, los tasers se quedaron sin carga y pasaron a las manos. Mrck agradeció de corazón todo lo que le había enseñado Vorg durante estos años. Él convirtió a una blanda directiva de la corporación en una mujer dura capaz de asesinar sin dudarlo y de ser una de las más respetadas contrabandistas de Muney. Hoy podía dar rienda suelta a sus instintos más salvajes.
Al final, de pie encima de un montón de cadáveres sanguinolientos, solo quedaba con vida ella. Su corazón latía a mil por hora y entonces ocurrió algo peor aún… ¡Su nave había sido activada y dirigida a uno de los muelles principales de Muney! ¡Alguien había tomado el mando de su joya! ¡La estaban robando! Gritó como una posesa y salió del Apachespace con la ropa empapada en sangre, dispuesta a degollar a quien se interpusiese en su camino.
CADENA Y MRCK. MUELLE DELTA-609. MUNEY 45:10:60 PM
Mrck irrumpió en el puente de mando armada hasta los dientes. Su entrada sorprendió a Cadena que había cerrado todas las puertas de la nave. Mrck activó su taser y antes de apretar el gatillo, el Nulex hizo aparecer al trasunto de mi padre. Esa aparición tuvo el mismo efecto en ella que el que tuvo con el geminiano también al verle.
-¡Mrck! ¡Cuánto tiempo! ¿Qué haces apuntando a la novia de mi hijo? –dijo el Lousnak holográfico.
-¡¡¿Qué?!!
-Hago las presentaciones: Cadena, Mrck. Mrck, Cadena.
-Pero… ¿os conocéis? –dijo una Cadena, muy sorprendida.
-Sí, desde hace mucho tiempo. –dijo Mrck, mientras bajaba su arma.
Al instante un nuevoinvitado apareció en la escena.
-Vaya Lousnak, montas una fiesta y no me avisas.
-¡Héctor! –dijo Mrck, mientras intentaba abrazarlo sin éxito, ya que era un holograma.
-Mrck, sigues tan atractiva cómo siempre. ¿Cómo te va todo? –dijo Héctor sonriendo.
– ¡Maldito cabrón! – gritó Cadena a Héctor.
-Tranquilizate, niña. Sé lo que piensas, que soy un traidor, pero no es así, cometí un error y pienso arreglarlo. El presidente me tendió una trampa, tenía a mi familia, ¿qué querías que hiciera? Era ayudarle o ver morir a los míos. Sigo temblando desde ese día, de hecho, no confío en nadie de los míos ya.
-Ya tenemos algo en común, porque yo no me fío de ti, gobernador. Si estás aquí espero que sea porque quieres ayudar a Jan.
-Así es.
-Pero que te quede claro, no te voy a quitar ojo de encima.
-Cuento con ello, niña.
-¡Y no me llames niña, gilipollas!
-Aclaradme qué pasa aquí- dijo Mrck completamente desconcertada.
Mi padre, muchas comillas en «padre» por favor, la puso al día, casi al minuto.
-Creí que el plan había acabado hace años, veo que no.
-¡No es un plan, se llama Jan! Y vamos a ayudarle.
-Lo primero es encontrar la nave del geminiano- apuntó Héctor.
-Entonces, pongamos rumbo para encontrarlo –dijo Cadena.
-Ya has oído Fénix. Escanea las salidas de Muney en las últimas horas.
El cuerpo sin yelmo del geminiano apareció frente a Cadena a la vez que el pin de teletransportación se desprendía de su solapa y caía al suelo completamente inutilizado. La comunicación con los hologramas ya se había interrumpido y cuando Cadena iba a reaccionar ante la presencia del captor de Jan, un puño sobrevolo frente a su cara, un puño seguido de un brazo y este de un hombro y, a su vez, ese hombro unido a un cuello propiedad todo ello de Mrck.
-Maldito hijo de perra- dijo Mrck casi a la vez que sus nudillos impactaban en el rostro del geminiano.
El geminiano se levantó del suelo y se acercó a Mrck. Se miraron durante unos segundos y finalmente se besaron apasionadamente.
-No entiendo nasa. ¿Por qué os besáis? y ¿dónde está Jan?
-Me la ha jugado, nos la ha jugado. – reconoció el geminiano.
JAN Y EL GEMINIANO UNOS MINUTOS ANTES.INTERESPACIO 2.000.000.003 PARSECS X MINUTO
Os cuento.
– ¿Y si quiero montármelo por mi cuenta y olvidarme de todos vosotros? –dije, provocando al geminiano.
-Todos formamos parte del plan, chaval. No digas tonterías.
-No hay plan sin mí, porque yo soy el plan.
En ese momento saqué el pin de teletransporte de mi bolsillo, lo pegue rápidamente en el hombro del geminiano, a la vez que lo activaba, para teletrasportar al cazarecompensas ante mis ojos.
Que ¿dónde fue? Al lugar donde lo programé con el comando de voz, en un susurro, mientras el geminiano se concentraba en pilotar esa nave: «Cuando te active teletransportate al Nulex de Cadena. Inutilizarte a la llegada».
Accedí al panel de control de la nave del geminiano, cambié los parámetros de reconocimiento de psique a voz y ordene con tono serio, tal vez impostando un poco la voz, era mi primera orden a una nave intergaláctica y quería parecerle más adulto de lo que era: “Llévame al planeta Jehin, en el sistema Trappist-1, tengo que comprar unas bombas de vida”.

X
Jehim
Y los mercados orbitales.
Autor: Amalio Rodríguez Chuliá.
Ilustración: David Senabre.
Pilotar una nave geminiana no es tan fácil como podrías creer. En primer lugar, debería dejar claro que este tipo de naves no son exactamente eso, naves. El símil que más se aproxima para definir este tipo de ¿vehículos? Es que son como una mascota. Necesitan sentir que hay conexión entre quien les conduce y su célula de inteligencia central. Vendrían a ser como una especie de Nulex, pero con la capacidad de tomar decisiones y tener, prácticamente libre albedrío.
Estas naves eran un paso más allá en la inteligencia artificial que, si bien la corporación utilizaba en contados dispositivos, no estaba al alcance del resto de ciudadanos que nos encontrábamos bajo el manto de V.I.D.A. Los geminianos, en cambio, no tenían ese tipo de restricciones, utilizaban esa tecnología en prácticamente todos sus gadgets y las naves, no iban a ser menos. Teniendo en cuenta que, en el caso del geminiano que navegaba en la que yo me encontraba ahora, eran muchas horas, días, semanas, meses e incluso años, viajando de un lado a otro del universo completamente solo.
Por eso pasar del mando telepático al mando de voz fue tan, digamos, complicado.
A ver, nos habíamos quedado cuando, imitando mi mejor voz de hombre muy adulto le dije a la nave: “Llévame al planeta Jehim, en el sistema Trappist-1, tengo que comprar unas bombas de vida”. ¿No? Pues eso mismo respondió la nave, pero sin signos de interrogación.
– No.- La voz era femenina, seca, nada metálica, con desgana y con un tono con el que parecía burlarse de mí. Bueno, se burlaba.
– ¡¿Cómo?!
– ¿Eres sordo? Disculpa. Te mostraré el monosílabo en pantalla.
El panel frontal dejó de ser transparente impidiéndome así ver el exterior de la nave y en el gris metálico en el que se había tornado apareció una enorme N seguida de una no menos grande O. Ambas rojas, por si no la veía bien. Todo un detalle.
Qué coj… ¿Esa máquina me estaba vacilando? Perdón, no es pregunta. Lo afirmo.
– ¿Quién eres? ¿Dónde está mi legítimo navegante?
El panel frontal volvió a iluminarse con las letras, pasando de izquierda a derecha, formando las preguntas que la nave me había acabado de formular.
– ¡No hace falta! No estoy sordo. Y ¿Qué más da quién soy? Ya te he dicho dónde quiero ir, obedece- Exclamé.
– Oye, seas quien seas, yo no te obedezco a ti. Ni a ti ni a nadie. Mi navegante me indica dónde quiere ir y yo voy porque somos un equipo, somos un binomio. Tú no puedes ordenarme nada.
– Vale. Empecemos de nuevo. Mi nombre es Jan…
– No podemos empezar de nuevo, es físicamente imposible, no podemos viajar en el tiempo. No en este universo.
– Sí, vale. –Respondí, era una nave geminiana, no se le daban bien las metáforas. Y aclaré. – Me refería a que no me he presentado. Mi nombre es Jan…
– Eso ya lo has dicho.
– Sí, bueno. Deja que te explique qué hago aquí y dónde está tu du…legítimo navegante.
Durante los siguientes 45 minutos estuve explicándole cuál era mi situación, quién era y qué me había llevado a robar la nave y enviar al geminiano a Muney. Cuando acabé de contarle básicamente mi vida, la nave que respondía al nombre de Turk me planteó sus dudas, todas relacionadas con mi intención de ir a Jehim y la compra de bombas de vida. Le expliqué mis intenciones.
– Quiero terraformar una de las lunas más allá del cinturón de Anglada-Escudé.
– ¿Para esconderte? – Preguntó Turk.
– Bueno, de momento sí.
– ¿Cuánto tiempo tardarás en terraformar una de esas lunas?
– No más de seis meses, pero será habitable a los 15 días.
Un sonido seco y fuerte se escuchó procedente de la parte trasera de la nave, como si una compuerta se abriera y cerrara rápidamente.
– ¿Qué ha sido eso? Pregunté extrañado.
– Yo no he oído nada.
– Ahora la sorda eres tú. Bueno, da igual. Lo que te decía es que solo puedo conseguir las nuevas bombas de vida de la corporación si acudo a los mercados orbitales de Jehim.
Turk estuvo en silencio durante unos minutos Ignorando mis repetidas llamadas. Finalmente, volvió a hacer trasparente el panel frontal de la nave y pude ver dónde nos encontrábamos.
¡Frente a Jehim! Junto a uno de los miles de mercados orbitales que la rodeaban por todas partes, dándole un aspecto extraño pero espectacular.
Los mercados orbitales, naves descomunales dedicadas únicamente a la compraventa de objetos; naves, armas, cualquier cosa, flotaban en el espacio alrededor del planeta ya que era el único lugar donde se podían hacer negocios ya que en Jehim no se podía comprar nada.
Años atrás, cuando los gobiernos paralelos de Jehim decidieron prohibir la venta dentro de su territorio, los mercaderes se vieron obligados a salir a la órbita del planeta con sus naves y realizar las transacciones fuera del territorio Jehimení, bajo el manto legal de la corporación. Algo que los gobiernos paralelos y constantemente enfrentados de Jehim no podían prohibir.
Ahora la órbita de Jehim era un enorme centro comercial flotante, con naves separadas unas de otras y en las que se albergaban distintos tipos de mercados y negocios. Visto desde lejos, las estelas que las naves dibujaban yendo desde Jehim hasta los mercados y de uno a otro, parecían como hilos que las uniesen entre ellas y a estas con el planeta, de forma que más que estar suspendidas alrededor de Jehim, daba la sensación de que eran las naves mercado las que sostenían la esfera planetaria con unos alambres plateados que brillaban con la luz del sol que iluminaba lo que siglos atrás era conocido como el planeta Próxima B.
– Ya hemos llegado, ¿a qué mercado quieres ir, Jan? – Me preguntó Turk con un tono completamente amigable.
– Bueno, probaremos con el mercado orbital de Shimatur, pero… ¿por qué has cambiado de opinión?
– No he cambiado de opinión en ningún momento. Conocía tu historia, mi legitimo navegante anterior compartía conmigo no solo sus peticiones viajeras, también otros pensamientos y sé, por esos pensamientos, quién eres y qué intención tenía al encontrarte y llevarte ante el presidente de la corporación. Te estaba llevando desde el principio. Simplemente quería charlar contigo durante el viaje.
– Gracias Turk.
LA FÉNIX NEGRA
– No irá muy lejos. – Dijo el Geminiano mientras se servía una taza de agua caliente e introducía una bolsa de infusión dentro.
– ¿Cómo estás tan seguro? –Preguntó Cadena.
– Turk, mi nave, no va a hacerle caso. No es una máquina.
– Entonces, si no es una máquina, le hará caso.
Cadena salió de la sala de estar de la nave y se dirigió al puente de mando donde Mrck, sentada en su sillón de navegante, miraba el panel central con la información del viaje.
– ¿Dónde vamos?
– La nave del caza recompensas tiene un localizador. En menos de 15 minutos encontraremos a Jan.
– Tenemos que encontrarle, Mrck. Tenemos que encontrarle.
Cadena salió del puente de mando y se cruzó con el geminiano. Se situó tras Mrck y le acarició el pelo.
– Creí que no te volvería a ver. Y hasta cierto punto ya lo había asumido.
– Lo sé, Mrck. La única forma de evitar que la corporación acabase con los dos era que cada uno fuera por su lado.
– Sabes que no estoy de acuerdo. Nunca lo estaré. Teníamos que haber ayudado a Lou con ese niño…
– ¡Estaríamos muertos, Mrck!
La contrabandista se levantó de un salto de su silla y se encaró con el geminiano.
– Sí, pero habríamos hecho lo correcto. Le dejamos solo, sin nadie a quien acudir cuando pasó por el momento más difícil. Sin ningún apoyo para llevar adelante el plan él solo. No pudo, ¿cómo iba a poder? Normal que decidiese saltar y acabar con todo. Prácticamente, al no hacer nada por él, le empujamos nosotros desde ese edificio.
– Su muerte nos ha unido, Mrck. Encontraremos al muchacho y seguiremos el plan. Acabaremos con Altus y con V.I.D.A.
Mrck volvió a sentarse en su sillón.
– Hemos llegado.
Dio el aviso por la megafonía y en unos segundos Cadena estaba en el puente de mando, mirando al panel frontal transparente de la nave hacia el espacio, donde una cápsula flotaba justo en el lugar en el que debería estar Turk con Jan dentro.
– Ha expulsado la baliza de seguimiento… – Dijo sorprendido el geminiano. ¿Cómo ha convencido a Turk?
– Te lo dije, si no era una máquina se pondría de su lado. –Sentenció Cadena antes de salir del puente de mando.
Una cosa. ¿Os acordáis de esto?:
FLASHBACK
Un sonido seco y fuerte se escuchó procedente de la parte trasera de la nave, como si una compuerta se abriera y cerrara rápidamente.
– ¿Qué ha sido eso? Pregunté extrañado.
– Yo no he oído nada.
Turk sí que lo había oído. Claro, de hecho, había sido él quien expulsó la baliza de seguimiento mientras viajábamos hacia Jehim. Se quería asegurar de que no nos siguieran. De eso me enteré ya en Endor, me lo confesó Turk entre risas.
Pero aún falta un poco para eso, es más, ahora estoy en un mercado orbital de Jehim buscando una bomba de vida y un desagradable comerciante, que debe tener clientes por castigo, me ha gritado un: “¡Eso no se toca!” que aún hace que me duelan los tímpanos.
– Perdón, perdón. Estoy buscando bombas de vida.
– ¡Claro, enano! – Ríe, ríe muy fuerte…seamos sinceros, se descojona vivo de mí y entre carcajada y carcajada añade. – Lárgate.
Y yo me largo. A otro puesto, pero me largo.
– Creo que estoy siguiendo una mala estrategia. – Le comento por el intercomunicador de mi oreja a Turk.
– Muy mala, Jan. Comprar bombas de vida no es tan sencillo como comprar armas o motores de Gibarian. No te hace falta un mercado al uso, te hace falta un mercado negro y puede que estemos en el mercado equivocado. Deja que rastree.
Y así fue como Turk se puso al mando y trazó el plan. Volví a la nave y nos dirigimos a un mercado pequeño, que orbitaba junto a otro mucho mayor. Entré en la primera casa de ventas, tal y como se llamaban allí. La que Turk me había indicado. El vendedor era un tipo alto, de brazos muy largos y complexión tremendamente fuerte. Sin duda un gulna. Una aberración genética mezcla de humano y gorila. una reminiscencia de los últimos años del siglo 21, cuando la genética abarató tanto los costes que cualquier empresa podía fabricar a su antojo seres para determinadas tareas.
Desde hacía siglos los gulna habitaban la galaxia como especie propia, al conseguir su liberación tras la llamada Guerra de las especies. Junto a ellos muchos otros seres creados en laboratorio primero y en libertad después, lucharon a su lado para conseguir ser reconocidos como una especie distinta a la humana y obtener así la libertad. Esas especies creadas por el hombre en los albores del siglo 23, años antes de que la manipulación genética se prohibiera definitivamente, lograron la victoria y así fue como el universo se convirtió desde entonces en un collage de especies, muchas sin clasificar aun, pero todas procedentes del mismo lugar, la Tierra. Un lugar al que nunca regresaron.
En el acuerdo de paz con los gobiernos de la Hermandad de Planetas, un embrión de lo que sería más tarde la corporación, las especies consiguieron las licencias de terraformación de los planetas más allá del cinturón de Kuiper.
De esta forma los gulna, los Wokerdst, las esclavas y esclavos sexuales Nibarin y otras especies diseñadas en laboratorio para satisfacer las necesidades tanto placenteras como laborales de empresas y ciudadanos, se convirtieron en independientes, empezaron a reproducirse y a sentirse orgullosos de lo que eran, sin renunciar a su origen y creando, gracias a él, nuevas religiones, mitologías y ciencias paralelas que, en algunos casos habían hecho avanzar a sus respectivas civilizaciones y, con el tiempo, a la nuestra.
Ni que decir tiene que a los humanos -a los que llamaban papulaquis en tono despectivo- nos tenían un poco de ojeriza en general y el dueño de la tienda a mí, en particular.
– ¡Deja de mirarme la cara y pide! – Gritó para sacarme de mi ensimismamiento.
– Perdón. Estoy buscando…
– ¡No lo digas! Pide que te acompañe atrás. – Terció Turk por el intercomunicador.
– ¡Habla! No tengo todo el día.
– ¿Me puede acompañar atrás?
El gulna, salió de detrás del mostrador y me hizo una señal para que le acompañase. Detrás de él yo parecía un muñeco articulado. Era enorme y su peso sería como cinco veces el mío. Llegamos a la parte trasera, una zona que hacía las veces de almacén y en la que adiviné ver, entre el mobiliario y las cajas, un catre, seguramente para los fortuitos encuentros sexuales del gulna con algún profesional del sexo.
– Vamos, ¿qué buscas?
-Bombas de vida. De última generación. De reacción rápida.
-Vale, ¿Cuántas?
Esperaba encontrarme mayor dificultad.
-Pues, no sé, la verdad es que nunca he terraformado nada…
– ¿Sabes al menos?
-Sí, estudio en la universidad V.I…
-Vale, vale. No quiero tu curriculum, solo asegurarme de que no se las vendo a un estúpido que al salir de aquí va a perder una y provocar una catástrofe. Ya sabes lo que ocurre si lanzas una bomba de vida en un lugar donde ya hay vida. – Hizo una pausa para aportarle más dramatismo a algo que yo ya sabía. – El fin de la vida.
– Sí, es de lo primero que aprendemos. No se preocupe. No pasará.
El dueño de la tienda hizo un gesto con la mano y la pared del fondo, la que daba cobijo al camastro desapareció y con ella todo lo que había en ese desordenado rincón. Era un holograma. Muy listo. Al desaparecer la imagen pude ver todo el arsenal enorme que se escondía allí. Armas, motores Gibarian, pequeñas naves, células de inteligencia tipo Nulex esperando a un dueño y, al verlo, me acordé del mío y, por supuesto de Cadena. De esa tarde que pasamos en Muney, sentados sobre la cabaña que nos dio cobijo. Viendo cómo las naves iban de un lado a otro mientras ella y yo charlábamos como si solo existiésemos nosotros dos. Fue una sensación…
– ¡Oye! No eres el único cliente.
Afortunadamente el gulna me sacó de mis pensamientos justo cuando empezaban a convertirse en una novela de Salverning Told, un autor de relatos románticos que convertía en melaza cualquier página que tocaba.
– Me llevaré dos.
Sacó una caja metálica dentro de la cual, al abrirla, pude ver dos pequeñas cápsulas de forma esférica. Había visto bombas de vida en la universidad, pero solo la carcasa, nunca bombas con carga real.
– ¿Cómo vas a pagar?
– Con propiedades.
– De qué tipo.
– Una nave geminiana.
– Estas de broma, ¿no? Solo un loco se desharía de una nave geminiana. Son las mejores de la galaxia…
– Pues llámame loco.
– Bueno. ¿Dónde está esa nave?
– En el muelle de Hex, a pocas casas de ventas de la tuya. Si me acompañas será toda tuya.
El gulna y yo nos dirigimos a Turk. Al llegar a la nave la puerta de cristal de Vex se abrió y entramos en su interior.
– Bienvenido, legítimo navegante. – Pronunció Turk con voz cálida.
– Hola, Niurg. – La salude con un nombre falso.
– ¿Quién es el invitado, Sayid? – Me preguntó Turk, usando un nombre falso.
– Tu nuevo navegante, Niurg. He decidido quedarme en Jehim una temporada y es justo que sigas tu aventura con otro amigo.
– Hola, nuevo navegante. -La voz de Turk sonaba tan sensual que me resultó algo incómodo.
– Ho, hola. – Acertó a pronunciar el gulna.
-Siéntate. Ponte cómodo, por favor. Estoy a tu servicio y haré lo que desees. Eres mi navegante.
– Si os parece, yo me voy yendo. ¿Me pasas eso? – Dije señalando la caja metálica con las bombas de vida.
El gulna me acercó la caja y se recostó en el sillón del navegante, no sin antes apremiarme con un: “Lárgate ya”
Salí del puente de mando y escuché cómo Turk profería alabanzas a cuál más falsa sobre el look del gulna. Me detuve junto a la puerta y esperé a que el plan de la nave surtiera efecto.
– ¿Quieres que me materialice para ti?
– Sí, vamos. No tengo mucho tiempo, la casa está abierta.
Frente al mercader se fue formando una especie de ectoplasma que subía desde el suelo y poco a poco iba a adoptando la forma de una mujer gulna alta, de caderas prominentes y pechos desafiantes. Estaba completamente desnuda. Su rostro era de tal belleza que cuando me asomé para ver la escena, me quedé sorprendido. Pero no podía mirar lo que pasaba, tenía que hacer mi parte del plan.
Turk, ya transformada por completo, se acercó al gulna, le agarró la mano y le levanto. Se apretó contra su cuerpo y éste empezó a manosearla. En ese momento la mujer dijo: “Abre”.
– Ya, ya. – Dijo el mercader confundido mientras le apartaba las piernas.
Pero no era eso lo que tenía que abrir. De hecho, el que tenía que abrir era yo… la compuerta.
Abrí el cristal de Vex de la compuerta que quedaba tras el puente de mando de la nave, al tener también la puerta de esa dependencia abierta. Turk, aprovechó ese momento para pasar de ser una bellísima mujer gulna a una masa informe de líquido espeso y pastoso que se apoderó del cuerpo del mercader hasta tal punto que, mientras esté gritaba, lo lanzó al suelo. La viscosidad del compuesto y la inclinación de la nave hizo el resto. El gulna, envuelto en la papilla biológica se fue deslizando y cayendo hacia la puerta del puente de mando. Primero salió por esta y luego por la que yo había abierto, la principal.
El gulna cayó en medio de la calle, rodeado de clientes y comerciantes que salieron rápido de sus respectivas casas mercado al escuchar el alboroto.
Lleno de “moco” por todo su cuerpo, el mercader empezó a gritar, maldecir y resbalar cada vez que intentaba levantarse. Lo que producía las risas de los presentes y, por qué no decirlo, también las mías que, desde la nave, le escuchaba insultarnos.
– ¡Hijos de perra! Os encontraré, sé quiénes sois, sé quiénes sois. Nunca olvidó un nombre. Sayid y Niurg, juro que os mataré.
La nave emprendió camino hacia mi próximo destino. La luna a la que ahora llamo Endor. La luna desde la que escribo este diario y en la que me encuentro ahora. Escapando de la corporación y también de mi destino. Pero ¿cuál es mi destino? ¿Ser quien acabe con V.I.D.A.? ¿Reencontrarme con Cadena? ¿Y si uno no pudiera existir sin el otro? ¿Y si para volver con ella tuviera que cumplir el deseo de mi padre? ¿Y si, al fin y al cabo, lo que hizo no fue criar a un clon, si no a un hijo? ¿Debería hacerlo? ¿Y si fueron los remordimientos por haberme condenado a una vida completamente dirigida a una finalidad los que le hicieron que saltara de aquel puto edificio? Entonces. ¿Le debo eso a mi padre? ¿Debo seguir con su plan?
